jueves, 3 de septiembre de 2015

El niño y el mar


Bebé sirio 

Recorro rápidamente algunos sitios de noticias en el intento por conectarme a la dinámica del mundo y allí, como el primer impacto a mi conciencia, resalta tu imagen tendida sobre la arena. Antes de leer los titulares imaginé que estabas jugando a sentir el roce de las olas y tu cuerpo diminuto me hacía recordar la primera vez que llevamos a primito a conocer el mar.
De repente las letras se agolparon frente a mi rostro revelando la realidad, no volverías a moverte, no saltarías sobre la orilla, ni te darías a la intranquila misión de divisar algún pez.
“Es un niño sirio. Está muerto. Asesinado por monstruos que hablan de exceso de inmigrantes en España, en Europa (…) Asesinado por el ser no humano. Esto lo pagaremos como especie”, declaraba la periodista al describir la imagen.
Te has quedado en silencio, inerte, mientras el guardia te tomaba en brazos aun con la ilusión de verte despertar y llenar de luz aquella playa de Turquía asediada por la sombra de la muerte.
Huías de la guerra, querías un fragmento de mundo (aunque fuese pequeño) donde pudieras pensar solo en ser niño. Pero el mar, implacable, no perdonó el horror que desatan los hombres y quiso tal vez abrazarte entre sus aguas para darte la paz que te fue robada a ti y a los tuyos.
Por un segundo imagino cómo hubiese sido tu existencia sin el peligro a ser mutilado por las bombas, sin el asedio de asesinos, ni  fuerzas que pugnan por intereses económicos… Ahora es imposible saberlo.
Otra página más tiene tu foto y otro texto conmovedor de alguien reseñando lo ocurrido. Es irónico el precio que imponen los seres humanos para darse cuenta de sus propias miserias. Sé que muchos de los que tienen en sus manos el poder para resarcir la injusticia de tu partida, ni siquiera se detendrán unos instantes para conocer cómo sucedió todo; mientras otros alegarán que simplemente están acostumbrados a escuchar historias similares.
Mañana, una nueva información sobre descubrimientos científicos, autos de nuevo modelo o políticos corruptos, desplazará de la primera plana la crónica de tu trayecto. Mientras, aquella playa de Turquía volverá a estrellar sus olas contra la arena y la brisa entonará una plegaria para que esta vez a la orilla solo llegue una sorpresa de caracolas y no el cuerpo indefenso, sin vida, de un niño.
 




Julio, el centenario de Guanábana



 
 “Vieja, hoy cumplimos 66 años de casados”-susurra al oído de su amada mientras acaricia sus cabellos. Sabe que ella no puede comprenderlo y que ha olvidado incluso su nombre, pero sigue siendo “su compañera, una parte de su propia alma”.
Es temprano. Recoge las tarjetas, su jaba de siempre y emprende el viaje habitual hacia la bodega en busca de la leche de los nietos. ¡Zamora, cómo está!, -¡Buenos días abuelo, ¿cómo amaneció hoy?... Con un gesto responde al saludo de los vecinos y se dispone a comprar de primero. “No hay nadie más viejo que yo en todo el pueblo de Guanábana, eso tienes sus ventajas”, comenta con una sonrisa pícara.
El almanaque anuncia que es 31 de agosto y a solo unas horas del primero de septiembre Julio Zamora Pérez rememora su nacimiento en el municipio de Martí, en el año 1915. El cálculo resulta simple, pero cumplir cien años de edad, es un privilegio que pocos disfrutan.
Con total lucidez narra que fue el cuarto de diez hermanos y que desempeñó numerosas responsabilidades: barbero, policía, fotógrafo… En la década del 40 se trasladó hacia Guanábana y desde entonces vive feliz, rodeado de sus hijos, nietos y ahora bisnietos y tataranietos. 
                      

Cuenta su familia que le apasiona la pelota, y siempre busca un instante para discutir con los jóvenes sobre el desempeño de los Cocodrilos matanceros.
Ah, eso sí, no le teme al trabajo, mantiene el patio chapeado y todavía realiza algunos trabajitos de carpintería, oficio que siempre le apasionó. Su expresión revela a un hombre culto, de experiencia y dice su nieta que en ocasiones la sorprende con alguna que otra frase en inglés.
Quienes lo conocen, comentan que cada vez que se acerca su cumpleaños, dice que será el último, pero su existencia no deja de tener ese brillo extraordinario que lo mantiene activo. Despacio, avanza por las calles, con su sombrerito y la espalda derechita, entonces sonrío porque tengo la certeza de que al igual que la Francisca de Onelio Jorge Cardoso, Julio es un vencedor en la batalla por la vida.

Amor multiplicado en la distancia

Cuando le preguntan por mamá y papá, el pequeño Hamlet contesta que “están trabajando lejos”, que montaron un avión e “hicieron ñiiiii...” ...