jueves, 18 de mayo de 2017

Eterno vivo es José Martí



 
 
Desde la primera vez que visité el Mausoleo a José Martí en el cementerio de Santa Ifigenia, tuve la sensación de que la inmensidad del Apóstol evade el silencio del sepulcro.

  Allí, frente a los restos mortales, se advierte otra vez su condición humana llena de fragilidades, imperfecciones, impulsos… Entonces, uno se siente más cerca del hombre al que no acabamos nunca de verle todos los aspectos de su rostro, que sin embargo nos mira desnuda y sencillamente a los ojos.

  Contemplar la tumba es asistir a la paradoja de un Martí despierto en cada rayo de sol captado por el lucernario y en la bandera perenne que lo abraza, porque desde el instante en que se descubrieron, él le juró amor eterno y ella, a cambio, prometió ser refugio para sus huesos y su espíritu.

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¿Cómo no estremecerse ante su blancura hecha pétalos, libres de espinas y raíces amargas? ¿Cómo no sentir su fuerza que remueve la tierra tras los escudos de las 21 repúblicas independientes de América que circundan su sepultura?

Ante la verdad de su existencia no hay finales, solo los versos de Neruda: Está en el fondo circular del aire, está en el centro azul del territorio, y reluce como una gota de agua su dormida pureza de semilla.

Nunca voy a olvidar la primera vez que visité el Mausoleo al Apóstol en el cementerio de Santa Ifigenia. El reloj marcaba un poco más de las dos de la tarde y el calor de Santiago de Cuba era intenso. Desde ese momento no he vuelto a evocar con angustia los sucesos de Dos Ríos, las balas atravesando la piel… Por eso, cuando me piden hablar sobre su muerte, solo vienen a mi mente las palabras de Cintio Vitier: eterno vivo es para nosotros José Martí.

Amor multiplicado en la distancia

Cuando le preguntan por mamá y papá, el pequeño Hamlet contesta que “están trabajando lejos”, que montaron un avión e “hicieron ñiiiii...” ...