Nunca
me han gustado las tareas fáciles, por eso mi trayectoria como pedagoga
está llena de retos que exigieron darlo todo por el bien de mis
alumnos.
Era muy joven cuando la Campaña de Alfabetización estremeció la Isla y
de inmediato quise sumarme a quienes se adentraban en las casas
campesinas para llevar la luz de la enseñanza. Sin embargo, mi padre
dar este paso pues, a pesar de que simpatizaba con la Revolución, no
admitía que me fuese lejos del hogar. Fue así como me convertí en
“alfabetizadora de ciudad”.
Descubrí que mi vocación era el magisterio, por eso después de
aquella etapa seguí adentrándome en sus caminos. Ejercí la docencia en
diversas instituciones como aulas obreras, el internado Carlos Aponte
(enseñanza especial), la escuela de conducta de Ceiba Mocha, el centro
Frank País para niños con retardo en el desarrollo psíquico, la primaria
Jorge Dimitrov, entre otras.
Tuve que trabajar y estudiar a la vez pues me gradué tras
incorporarme al movimiento de maestros populares que nos dio esa
oportunidad.
La enseñanza es una obra de infinito amor, por eso siempre me preferí
atender a los niños con necesidades educativas especiales porque como
expresara José Martí son benditos los hombres y mujeres que laboran para
compensar o corregir los defectos que en ocasiones nos brinda la
naturaleza.
Me jubilé a los 55 años debido a que mi hermana se encontraba muy
enferma y yo tenía que asumir su cuidado, en ese momento impartía de
primero a cuarto grado en la escuela provincial de conducta Conrado
Benítez. Fue difícil abandonar aquellas aulas donde había recibido tanto
apoyo.
Un año después del fallecimiento de mi hermana, el director de la
Escuela de Formación Integral (EFI) para jóvenes Antonio Guiteras Holmes
me propuso retornar a las aulas.
Mi reacción fue curiosa cuando me pidió que trabajara con alumnos de
la enseñanza secundaria, le dije “es demasiado para mí” y me fui. No
obstante, el colectivo no se dio por vencido y al otro día volvieron a
tocar mi puerta. De esa manera me rescataron y desde entonces, hace ocho
cursos que permanezco aquí.
Ser testigo de las muestras de amor que profesan los estudiantes ha
contribuido con mi desarrollo personal. Ellos no me miran como la
profesora, sino como una abuela que comparte sus conocimientos y los
comprende. Me dicen Linita y no dejan de sorprenderme con besos,
abrazos, o simplemente cuando dicen que me quieren mucho y están
aprendiendo.
Es una labor que exige paciencia y sabiduría para tratar con estos
adolescentes. Algunos provienen de hogares disfuncionales y por lo tanto
necesitan mucho cariño. Claro está que en ocasiones hay que regañarlos,
pero tiene que ser con dulzura, sin herirlos y es muy importante
felicitarlos por sus logros aunque sean pequeños.
Tengo la responsabilidad de impartir Historia y Educación Cívica a
diversos grados, materias que permiten inculcar valores así como
fortalecer el trabajo político ideológico. Mediante iniciativas trato de
que sean capaces de comparar el pasado con el presente y analizar la
significación de mantener las conquistas alcanzadas en el futuro.
En este sentido, dirigir la labor de la Cátedra Martiana es una
fortaleza. Gracias al programa Para ti Maestro, se ratifica la
importancia de conocer el legado de José Martí y el papel que ejerció en
el pensamiento y accionar revolucionario de Fidel Castro.
El acercamiento a su obra ayuda a estos muchachos a identificar
cuáles son las conductas inadecuadas en las que no pueden incurrir, los
instruye acerca de sus deberes y derechos y les muestra cuán
privilegiados son al vivir en una república ‘Con todos y para el bien de
todos’.
Mensualmente damos tratamiento a todas las efemérides martianas y en
enero efectuamos la actividad Martí en la EFI donde se leyeron versos
sencillos, se presentaron escenificaciones, en fin, fue como si el
Apóstol hubiese llegado al centro.
No obstante, más allá de todos los esfuerzos por contribuir en la
formación de los estudiantes, considero que es preciso lograr un vínculo
cada vez mayor con sus familiares.
Siempre les digo que uno nunca puede escoger su familia, pero si
tienen la posibilidad poner en práctica todos los conocimientos útiles
que aprenden en el centro y de este modo contribuir con el mejoramiento
de las relaciones, la comunicación.
En muchas ocasiones les reitero que aunque mamá o papá puedan cometer
algunos errores, los quieren mucho y hay que valorar la alegría de
tenerlos.
El último viernes del mes se hace una reunión para favorecer la
comunicación padre-maestro. Allí aprovecho para acercarme a ellos y
decirles cuánto han avanzado sus hijos, entonces uno nota la felicidad
que sienten.
Cuando concluyo la jornada laboral, no me detengo, voy hacia mi hogar que se ha convertido desde hace tiempo en la biblioteca comunitaria La Jaiba. Hasta mi casa arriban vecinos del barrio en busca de un nuevo libro, así como niños que necesitan asesoramiento para realizar algún trabajo práctico. Nunca encuentran la puerta cerrada y como también soy presidenta del CDR, aprovecho para mantener el entusiasmo entre los pobladores del barrio.
En septiembre cumpliré 69 años y aún no sé en qué momento voy a dejar de trabajar, yo creo que mientras tenga fuerzas. He pasado por momentos difíciles, pero septiembre siempre me ha visto de pie, dispuesta a continuar mi misión porque la EFI es mi gran familia y ¿quién soy yo para dejar a mis alumnos sin maestra?