Toma
la pluma en su mano y siente el presagio de la muerte, sin embargo, se mantiene
sereno, firme en el sueño tantas veces concebido entre los pasillos de la
facultad de arquitectura. “No desconozco
el peligro. No lo busco. Pero tampoco lo rehúyo. Trato sencillamente de cumplir
con mi deber”, escribe…
Todo estaba previsto, la toma de la emisora
Radio Reloj, el asalto al Palacio Presidencial, acudir a la Universidad de La Habana para instalar un
centro de operaciones y, finalmente, entregar las armas a los ciudadanos con
vistas a comenzar una insurrección armada en la capital.
“¡Pueblo
de Cuba!”...La cabina de Radio Reloj conservaba todavía el estremecimiento de
aquella voz que no era solo la del Directorio Revolucionario, sino el impulso
de una nación que impugnaba la injusticia, cuando de camino hacia el Alma Máter
un patrullero asalta el auto del “gordo” y tras el enfrentamiento, su cabello
negro cae sobre el suelo, inerte. Entonces, “¿quien puede atreverse a negar que las piedras de la bicentenaria universidad
lloraron?”…
“¡Aquel indómito y carismático dirigente estudiantil vivió su fugaz
existencia a la velocidad de un relámpago, con un pié en el presente y otro pie
en el futuro!”, expresaría años más tarde su fraternal amigo Juan Nuiry Sánchez.
Cada 13 de marzo, las nuevas generaciones recorren las calles de Cárdenas
hasta llegar a la casa natal de José Antonio Echeverría. Entre sonrisas,
banderas de la Federación Estudiantil
Universitaria, pañoletas, se rinde honor a su esencia de de líder genuino, su
valor incondicional. Y allí, en medio de la multitud, ¡cuántos niños y jóvenes
felices tienen rostro de manzana!
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