“Vieja, hoy cumplimos 66 años de
casados”-susurra al oído de su amada mientras acaricia sus cabellos. Sabe que
ella no puede comprenderlo y que ha olvidado incluso su nombre, pero sigue
siendo “su compañera, una parte de su propia alma”.
Es temprano. Recoge las tarjetas, su jaba de
siempre y emprende el viaje habitual hacia la bodega en busca de la leche de
los nietos. ¡Zamora, cómo está!, -¡Buenos días abuelo, ¿cómo amaneció hoy?...
Con un gesto responde al saludo de los vecinos y se dispone a comprar de
primero. “No hay nadie más viejo que yo en todo el pueblo de Guanábana, eso
tienes sus ventajas”, comenta con una sonrisa pícara.
El almanaque anuncia que es 31 de agosto y a
solo unas horas del primero de septiembre Julio Zamora Pérez rememora su
nacimiento en el municipio de Martí, en el año 1915. El cálculo resulta simple,
pero cumplir cien años de edad, es un privilegio que pocos disfrutan.
Con total lucidez narra que fue el cuarto de
diez hermanos y que desempeñó numerosas responsabilidades: barbero, policía,
fotógrafo… En la década del 40 se trasladó hacia Guanábana y desde entonces vive
feliz, rodeado de sus hijos, nietos y ahora bisnietos y tataranietos.
Cuenta su familia que le apasiona la pelota,
y siempre busca un instante para discutir con los jóvenes sobre el desempeño de
los Cocodrilos matanceros.
Ah, eso sí, no le teme al trabajo, mantiene
el patio chapeado y todavía realiza algunos trabajitos de carpintería, oficio
que siempre le apasionó. Su expresión revela a un hombre culto, de experiencia
y dice su nieta que en ocasiones la sorprende con alguna que otra frase en
inglés.
Quienes lo conocen, comentan que cada vez que
se acerca su cumpleaños, dice que será el último, pero su existencia no deja de
tener ese brillo extraordinario que lo mantiene activo. Despacio, avanza por
las calles, con su sombrerito y la espalda derechita, entonces sonrío porque
tengo la certeza de que al igual que la Francisca de Onelio Jorge Cardoso,
Julio es un vencedor en la batalla por la vida.
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