-Vamos a ir a ver el aula de tata ¿verdad?-, dice el pequeño Kevin, que apenas podía contener la emoción sobre los brazos de papá.
Es primero de septiembre y sabe
que su hermanito Anthony Artiles comenzará el tercer grado. Aquella mañana, un
alboroto pioneril despertó a la escuela primaria René Fraga Moreno que abrió
sus puertas como sede del acto provincial por el inicio del nuevo curso.
-¡Al fin llegamos!, piensa y desde un
rinconcito recorre con la vista cientos de rostros alegres- ¡Ahí está!, ese es
- susurra y comienza a saludarlo. Observa en silencio la pañoleta azul que
parece brillar en el pecho de su hermano - ¡Es la más linda de todas!, piensa y
entonces contempla cómo Anthony se pone de pie y otros niños colocan muchas
flores frente a una figura.
Kevin no comprende aún este gesto, pero mamá
le explica que ese es el busto José Martí, un hombre que soñó con ver a todos
los niños cubanos felices, disfrutando de escuelas y libros…
De inmediato, se escuchan las notas del himno
nacional mientras la bandera de la estrella solitaria se levanta poco a poco,
hasta ondear en lo más alto, como si quisiera hacerle cosquillas al cielo.
Los aplausos estremecen la plazoleta que
vibra al compás de danzas, canciones y palabras de bienvenida. ¡Al fin ha
llegado el momento de que los alumnos entren a las aulas! Allí se aproxima
Anthony, acompañado de su mamá, mientras Kevin y sus padres corren para
estrecharlo en un abrazo justo frente a la imagen martiana.
Con
solo tres añitos, Kevin no entiende por qué no puede quedarse con tata en el
grupo, si el también quiere aprender. Un poco molesto se despide sin dejar de
mirar hacia atrás, mientras papá lo besa y le dice que no se apresure, que
pronto llegará su tiempo y que allí estará también toda la familia para verlo
estrenar su uniforme. Entonces, el chiquitín se alegra y grita a toda voz: ¡un
día esta será mi escuela!
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