Félix
Pita Rodríguez calificaba la poesía como un silencio que alguien de
oreja muy fina escuchó. Por eso, nadie como el poeta para aguzar los
oídos y traducir en metáforas el mundo.
Esa
es una de las esencias más genuinas de la poesía: comunicar. Es por eso
que cuando algún acontecimiento estremece a las multitudes, allí está
la pluma del escritor para inmortalizar el suceso y parece que todo un
pueblo habla desde sus versos.
Entonces,
podemos verle como un cronista de su tiempo, desandando entre los
detalles más genuinos, en busca de la sensibilidad. Así, estremecido
ante el rostro de la guerra y el valor de un pueblo, imagino a Jesús
Orta Ruiz en los días de Playa Girón.
(…)
¡Aquí no hay nadie en cuclillas!
Todo es brazo combatiente,
todo pecho, todo frente,
nada espalda ni rodillas.
Manchando nuestras orillas
está el cobarde agresor…
¡Alerta trabajador!
¡Al frente! ¡Al frente! Gritemos:
¡Patria o Muerte! ¡Venceremos!
¡Fuego, muerte al invasor
(…)
(Fragmento del poema: ¡Fuego, muerte al invasor!)
Y
es que desde el 18 de abril las páginas del periódico Hoy publicaban
sus décimas enardecidas, que parecían marchar al ritmo del combate y
despertaron cada rincón de la Isla para que no se dejara arrebatar la
luz de la libertad.
De ese modo, se convertía en corresponsal de guerra inmortalizando para la historia y el mundo la hazaña de Cuba ante la invasión mercenaria:
El yanqui calculaba fríamente:
“Cuba, pequeño verde en las Antillas,
se rendirá más dócil que una oveja inocente,
bajo el crimen pagado de sangrientas pandillas”.
La buscó por el mapa, la vio como una flor,
y se dijo: “Esta flor, esta luciente gota,
cabe perfectamente bajo una sola bota,
una bota yanqui calzando al invasor”.
Y así, con optimismo equivocado,
pandillas mercenarias violaron el sagrado
territorio de Cuba, por Playa Girón.
Se lanzaron, confiadas, sobre el verde caimán
Y vieron, con asombro, que en cada corazón
de esta gota geográfica, reventaba un volcán.
Estupefactos, vieron que esta isla pequeña
se alargaba , crecía,
que el astro soberano de su enseña
alumbraba una extensa geografía.
Y temblaron, temblaron con miedo profundo.
Cuba no era una isla: era América, el mundo…
(Fragmento del poema Cuba no es una isla es América, es el mundo)
Se
trataba de una poesía vivencial, no distante. Orta Ruiz se atrevió a
vivir de cerca los hechos. Para narrar en versos había que sentir sobre
la piel el dolor de las víctimas y el asombro ante las proezas de los
jóvenes convertidos en milicianos. Fruto de esas impresiones surgió una
de sus crónicas más conmovedoras que se grabó en la memoria de los
cubanos y ha ido hilvanándose en el recuerdo de disímiles generaciones
hasta el presente: Elegía de los zapaticos blancos.
El mismo Indio Naborí, al referirse al nacimiento de este romance expresó durante una entrevista:
“Celia
Sánchez, por medio de Pinar Fernández, su delegado en la Campaña de
Alfabetización, me había orientado que entrevistase a la familia del
carbonero Liborio Rodríguez, cuya esposa había sido asesinada por
pilotos mercenarios, desde un avión made in USA. En busca de aquella
familia, me interné en la Ciénaga hasta el entronque de Playa Larga y Soplillar, donde unos campesinos que evacuaban me informaron que la familia de Liborio Rodríguez había salido ya del área del combate.
“Pregunté en el central Australia y alguien me informó que los Rodríguez estaban en Jagüey.
Allí localicé a Nemesia. Me contó entre lágrimas todo lo que la Elegía
de los zapaticos blancos narra. Me dijo frases tan conmovedoras como
esta: Es horrible señor, yo vi a mi madre por dentro. Luego me mostró
los zapaticos blancos atravesados por las balas. Aquella realidad
terrible me estremeció de tal manera, que no pude evitar el llanto. Fue
entonces cuando empezó a nacer el poema”.
Cuentan
sus hijos Alba y Jesús Orta que su padre les aseguraba que escribió
este poema desde el principio hasta el final, sin detenerse. El hecho
había calado tan profundamente en su alma que no pudo guardar para sí
los sentimientos, sino que tenían que ser proclamados, convertidos en
líneas rimadas donde la belleza de las imágenes, la cadencia y la
ternura trascienden:
(…)
Nemesia-flor carbonera-
creció con los pies descalzos.
¡Hasta las piedras rompía
con la piedra de sus callos!
Pro siempre tuvo el sueño
de unos zapaticos blancos.
(…).
Un día llegó a la Ciénaga
algo nuevo, inesperado:
algo que llevó la luz
a los viejos bosques náufragos.
Era la Revolución,
era el sol de Fidel Castro.
(..)
Una mañana…!qué gloria!
Nemesia salió cantando.
Llevaba en sus pies el triunfo
de sus zapaticos blancos.
Era la blanca derrota
de un pretérito descalzo.
¡Qué linda estaba el domingo
Nemesia con sus zapatos!
Pero el lunes despertó
bajo cien truenos de espanto.
Sobre su casa guajira
volaban furiosos pájaros.
Eran los aviones yanquis,
eran buitres mercenarios.
Nemesia vio caer muerta
a su madre; vio sangrando
a sus hermanitos; vio
un huracán de disparos
agujereando los lirios
de sus zapaticos blancos.
(…)
(Fragmentos del poema Elegía de los zapaticos blancos)
Transiciones
de lo alegre a lo triste y de lo triste a lo heroico son propias de
esta composición estrófica que culmina avizorando un horizonte de
esperanza tras la victoria alcanzada:
Pero Nemesia no llora:
sabe que los milicianos
rompieron a los traidores
que a su madre asesinaron.
Sabe que nada en el mundo
-ni yanquis, ni mercenarios-
apagará en nuestra Patria
este sol que está brillando,
para que todas las niñas
¡tengan zapaticos blancos!
Para
quienes no vivimos los instantes de abril, ni vimos la Ciénaga de
Zapata bajo el fuego de las bombas, regresar hoy sobre los versos de
Jesús Orta Ruiz es abrir una ventana temporal para admirar el orgullo de
haber propiciado la primera derrota del Imperialismo yanqui en América.
Desde su mirada y su pluma ágil, precisa, Cuba crece, sonríe y celebra
una vez más el triunfo con la certeza de que como escribiera el poeta:
(…)
Vinieron…y quedaron
Cobardemente fieros
mataron a felices carboneros
que le iban aprendiendo el sabor a la vida.
Asesinaron niños, que eran claros luceros.
Bebieron como whisky la sangre en cada herida.
Pero luego temblaron.
Huyeron por pantanos y manglares,
espantados de nuestras milicias populares
¡y de las mismas vidas que troncharon!
Mientras cantaba el viento en los palmares:
Vinieron…y quedaron.
Para siempre quedaron.
(…)
(Fragmentos del poema Vinieron y quedaron)
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