¿Su marido, cuando caía por el honor de Cuba no la tuvo
al lado? ¿No estuvo ella de pie, en la guerra entera, rodeada de
sus hijos? ¿No animaba a sus compatriotas a pelear? (…) ¿No fue,
sangrándole los pies, por aquellas veredas, detrás de la camilla
de su hijo moribundo, hecha de ramas de árbol?
José Martí
La expresión de su rostro denota severidad,
firmeza. Bajo sus párpados cansados por el estigma de los años y la guerra se
dibuja una expresión que no perdió el ímpetu de la juventud y la esperanza de
ver a Cuba libre.
La frente amplia y el ceño
fruncido evocan los instantes en que la muerte le extendió un halo nefasto en
el cuerpo de los hijos amados y apretando los labios para contener el llanto, dejaba
a un lado el duelo externo para que nadie de su estirpe sucumbiera al temor o
fuese infiel a la causa independentista.
“Con
su pañuelo de anciana a la cabeza, con fuego
inextinguible, en la
mirada y en el rostro todo…”, se le vio en medio de la manigua como un reto a las almas de poca
virtud, ensalzando el valor; velando noche tras noche junto a la cabecera de los
heridos, queriendo cicatrizar con su sola presencia los estigmas del combate.
No vaciló en seguir las ideas
latinoamericanistas de su esposo o en lanzarse a rescatar a uno de sus
primogénitos ante el asedio fatal de las balas: “Fáciles son los héroes con tales mujeres”.
Hasta
las puntadas de sus vestiduras traslucen sencillez. La raíz mestiza que llevaba
impresa en la sangre se mezcló en una epopeya donde se desmitificó la
discriminación racial y el coraje, la entereza… comenzaron a ser las medidas
para la piel de los hombres.
Cuántas
emociones renacen al contemplar otra vez la imagen de Mariana, canto repetido
en las mujeres de la Cuba
de hoy que crean, luchan y sueñan orgullosas de su femineidad, sin temor a ser
discriminadas.
En el
bicentenario de su natalicio como hiciera el apóstol, en silencio, “sujetamos el elogio de la admirable mujer en la patria que ella no
vio libre”; para encontrar en
el relato de su vida la esencia de nuestra identidad y “colocar junto
a su memoria la corona más digna”, esa que lleva impresa una sola palabra:
Madre.
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