Comienza
el mes de julio y la intensidad de los rayos del sol vaticina a los cubanos que
la temporada estival será calurosa. Y es que por sus características, el verano
es un tiempo para disfrutar del azul de las playas, visitar a los amigos,
realizar excursiones…
Desde
finales de junio, las muchachas abren las gavetas y vuelven a entallarse el
traje de baño, es ahí donde se percatan de que debieron haber comido menos
pizzas y panes durante el resto del año y comienzan dietas rigurosas para
perder unas libritas antes de pasear “en tanga” por la arena de Varadero; mientras
los varones, por su parte, aumentan las sesiones de planchas para exhibir su
musculatura.
Desde
todas partes de la provincia, los matanceros ascienden a guaguas, camiones,
motores, bicitaxis, coches y hasta paracaídas; en fin, cualquier medio de
transporte que les permita llegar a la Península de Hicacos.
Una
vez allí, imitando las peripecias de Cristóbal Colón, cada familia desembarca y
toma posesión de las uvas caletas más frondosas a fin de tener sombra toda la
tarde. Claro, que siempre surgen las discusiones a fin de designar quién permanecerá
cuidando las pertenencias y es entonces cuando la abuelita de 76 años dice que
de eso nada, que si ella se compró un trikini, no es para quedarse en la arena.
¡Y
qué decir del aseguramiento gastronómico! Según mi amigo Pancho, nada de
comerse un bocadito o un pomito de jugo, ¡qué va!, a la playa se va con tres
calderos de tamales, dos ollas de arroz congrí, cinco aguacates, tres termos de
jugo, uno de café, cuatro paquetes de galleta y dos barras de dulce de guayaba
¡hummmm!, ¡delicioso!
No
se puede olvidar además que la playa es motivo de inspiración romántica para
las parejas que tomadas de la mano disfrutan de las olas, aunque de vez en
cuando el suegro grite desde la orilla: ¡Manolito, te quiero a tres metros de
Katiuska, que tú estás en el agua pero todavía no tienes carné de pulpo!
¡Ahhhh!,
y cómo olvidar a los pequeñines del hogar. Esos que si se enteran de que al día
siguiente hay paseo, no duermen en toda la noche preguntándole a los padres:
“¿Ya es la hora de irnos?”. Sin dudas, los niños disfrutan al máximo de la
playa, y los que en casa apenas comen, se les despierta el apetito: “mamá,
quiero galletitas, mamoncillos, paleticas, pellys, chocolate, polvorones,
pasteles…”
Además,
desde que el hijo cumple el año, los padres procuran adquirir un salvavidas y
los modelos van desde el más simple, hasta cocodrilos, delfines y otros diseños
gigantes donde a duras penas puede divisarse el niño.
Una
vez dentro de la playa, comienza la difícil tarea de enseñar a nadar a los
infantes. Los padres le sostienen los brazos, le indican cómo deben mover las
piernas… Después cuando menos lo imagina lo dejan solo unos instantes y dicen
con orgullo a las amistades “míralo, ya sabe nadar”, mientras el pequeño o
flota, o absorbe diez litros de agua salada.
Por otra parte, muchas son las anécdotas que
reflejan los percances ocurridos producto al fuerte oleaje que ha dejado sin
lentes de sol, gorras y hasta sin trusa a muchos bañistas. Importante resulta
también resguardarse para que los rayos ultravioletas no dañen la piel, no vaya
a ser que les pase como a Eva María a la
cual se le quemó hasta el bikini de rayas.
El
verano invita al disfrute y la recreación sana, a vivir espacios de
esparcimiento como merecido premio tras un arduo periodo de clases.
Aprovecharlo, estrechar los lazos familiares y contemplar el azul intenso de
Varadero son opciones que te permitirán vivir unas vacaciones únicas. Por
cierto, ya terminé de aplicarme el protector solar, voy a darme un chapuzón, ¿y
tú?.
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