Recorro rápidamente algunos sitios de noticias en el intento
por conectarme a la dinámica del mundo y allí, como el primer impacto a mi
conciencia, resalta tu imagen tendida sobre la arena. Antes de leer los
titulares imaginé que estabas jugando a sentir el roce de las olas y tu cuerpo
diminuto me hacía recordar la primera vez que llevamos a primito a conocer el
mar.
De repente las letras se agolparon frente a mi rostro revelando
la realidad, no volverías a moverte, no saltarías sobre la orilla, ni te darías
a la intranquila misión de divisar algún pez.
“Es un niño sirio. Está muerto. Asesinado por monstruos que
hablan de exceso de inmigrantes en España, en Europa (…) Asesinado por el ser
no humano. Esto lo pagaremos como especie”, declaraba la periodista al
describir la imagen.
Te has quedado en silencio, inerte, mientras el guardia te
tomaba en brazos aun con la ilusión de verte despertar y llenar de luz aquella
playa de Turquía asediada por la sombra de la muerte.
Huías de la guerra, querías un fragmento de mundo (aunque
fuese pequeño) donde pudieras pensar solo en ser niño. Pero el mar, implacable,
no perdonó el horror que desatan los hombres y quiso tal vez abrazarte entre
sus aguas para darte la paz que te fue robada a ti y a los tuyos.
Por un segundo imagino cómo hubiese sido tu existencia sin
el peligro a ser mutilado por las bombas, sin el asedio de asesinos, ni fuerzas que pugnan por intereses económicos… Ahora
es imposible saberlo.
Otra página más tiene tu foto y otro texto conmovedor de
alguien reseñando lo ocurrido. Es irónico el precio que imponen los seres
humanos para darse cuenta de sus propias miserias. Sé que muchos de los que
tienen en sus manos el poder para resarcir la injusticia de tu partida, ni
siquiera se detendrán unos instantes para conocer cómo sucedió todo; mientras
otros alegarán que simplemente están acostumbrados a escuchar historias
similares.
Mañana, una nueva información sobre descubrimientos
científicos, autos de nuevo modelo o políticos corruptos, desplazará de la
primera plana la crónica de tu trayecto. Mientras, aquella playa de Turquía
volverá a estrellar sus olas contra la arena y la brisa entonará una plegaria
para que esta vez a la orilla solo llegue una sorpresa de caracolas y no el
cuerpo indefenso, sin vida, de un niño.