España fue su tierra natal, pero Cuba sería el escenario
para que conociera de cerca el amor a la Patria que sintió su descendencia. Mariano de los
Santos Martí Navarro fue un hombre sencillo, con un alma llena de grandezas.
Junto a su esposa Leonor Pérez Cabrera, llenó el hogar con
las sonrisas de niñas traviesas y allí, en medio de lazos y vestidos, nació su
único hijo varón: José Julián Martí Pérez.
¿Cómo iba a imaginar Don Mariano, sargento de artillería,
celador de barrio, capitán de partido y reconocedor de buques, que el pequeño
Martí había surgido con el impulso febril de la justicia y la libertad en su
interior?.
El tiempo transcurrió de prisa y aquel muchacho que recorría
los predios del Hanábana, sobre su corcel “trotón”, era el joven que ahora lo
miraba fijamente con los tobillos ensangrentados por los grilletes del
presidio. Su amor de padre se transformó en expresión incontenible de lágrimas,
abrazó a Martí y comprendió entonces que su destino estaba trazado en los
caminos de la lucha por la independencia.
Desde ese momento, renunció a su cargo de celador del barrio
Cruz Verde, en Guanabacoa y emprendió el reto de hacer gestiones a favor de su
hijo por el cual daría todo.
El dos de febrero de 1887, fallecía en La Habana, tal vez
desapercibido para muchos. Sin embargo, su vida íntegra, su rectitud y nobleza,
se quedaron grabados en la historia de Cuba, donde el legado de José Martí, lo
enaltece como el padre del más universal de los cubanos.
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