Todo
comenzó esa tarde de febrero cuando subió al ómnibus después de que una
“ancianita” le aplicara una técnica de Kung-fu
para montar primero y el gallo del compañero que estaba al lado lo mirara con
cara de pocos amigos. Pero bueno, todo eso se borró de su mente al verla. Allí
estaba, con el cabello suelto y ese rostro angelical que le iluminó el día.
De nada sirvió que realizara una serie de movimientos
exagerados y se cambiara de lugar a cada minuto, no consiguió que dejara de
leer aquel libro. Llegó el final del viaje, aprovechó para ayudarla a bajar del
ómnibus y se quedó embelesado cuando después de sostener su mano, la joven le
dirigió una palabra: Gracias.
Desde
ese momento comprendió que era la mujer de sus sueños y pasó toda la noche en
vela elaborando un plan estratégico para conquistar su corazón. No le resultó
difícil averiguar su nombre, dirección, la carrera que estudiaba, color preferido,
raza de su perro y más detalles importantes, pues en un pueblo pequeño,
cualquier vecino facilita información gratis.
Y
así “casualmente” comenzaron a encontrarse con frecuencia, como esa mañana que
estuvo tres horas parado en la esquina, esperando que ella terminara de
arreglarse las uñas en la casa de Yurisnaisy, para verla y decirle: ¡Ehhh!,
¡qué coincidencia, nos volvemos a ver!.
En
poco tiempo su ternura y los continuos detalles hicieron que la joven
correspondiera sus sentimientos y todos afirmaban que estaban hechos el uno
para el otro. Solo en esos instantes la mata de rosas de la abuela Cuca pudo tomarse
unas vacaciones porque durante la etapa de conquista casi se queda sin hojas.
¡Cómo olvidar el día en que fue por primera
vez a la casa de su adorado tormento y obtuvo notas sobresalientes en el
interrogatorio!. ¿En qué trabajas?, ¿Eres celoso?, ¿Cuántos hijos piensas
tener?, ¿Sabes cocinar?, y otra serie de preguntas que lanzaron los parientes
de la dama.
Luego
inició el proceso de demostrarle al suegro que era un yerno digno de unirse a
su hija, sobre todo por la advertencia inicial que le hiciera el buen hombre:
“te voy a estar vigilando y si la haces sufrir… tú sabes.”
Por
eso, con ánimo emprendedor apoyó a la que sería su segunda familia: arregló los
ventiladores, compró una bicicleta, reparó el sillón del abuelo, ayudó a los
tíos a terminar la placa del portal…
Su felicidad era tanta, que hasta decidió vender la
yegüita para comprar los anillos de compromiso y durante una cena deslumbrante,
en la cual sus amigos del trío “Los matadores del ritmo” tocaron mejor que
nunca, le declaró que quería pasar el resto de su existencia junto a ella.
-¡Querido, se nos hace tarde para ir al restaurante!.
La voz interrumpe sus recuerdos, y se llena de emoción porque sabe que esta
Luna de Miel será inolvidable. Sonríe al pensar en esa tarde de febrero y se
siente dichoso de haber soportado las técnicas de la ancianita, la mirada
amenazadora del gallo, pues sobre aquella guagua (que no era precisamente una
Yutong, sino una “aspirina”), encontró inesperadamente el amor de su vida.
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