¿Quién no se ha detenido a mirar el cielo alguna
vez? Olvidar esa experiencia resulta imposible, sobre todo si viviste esos
instantes cuando eras niño.
Por eso, te pido que detengas un momento tus pasos
y si puedes observa el firmamento. Sé
que tal vez no puedas hacerlo con tus pupilas, pero sí a través de la
imaginación. Ahora ante tu rostro se revela
la inmensidad y en ella la silueta de las nubes juega con tu
imaginación, se mezcla, asume formas, desaparece…
Dicen que las nubes guardan fragmentos de
sueños y cuando dejan escapar gotas de lluvia hacia la tierra, despiertan las
flores, los frutos de los árboles y reverdecen también las almas.
Las nubes se parecen un poco a los hombres, a
veces suaves, puros en el impredecible camino de la vida; y otras veces
oscuros, cargados de truenos, capaces de herir a quien se interponga en su
trayecto. Cuando era pequeña, creía que las nubes corrían todo el tiempo,
-¡pobrecitas, no se cansarán!, decía a abuela que me regalaba una sonrisa
mientras me explicaba que no se cansan porque su misión es observar el mundo
para descubrir nuevos rostros de niños que quieran jugar con ellas.
Por eso, al menos una vez a la semana, no importa el sitio donde estés,
dirige una mirada hacia las nubes y verás que allí, en medio de la rutina
diaria, un susurro esperanzador te dirá que no resulta imposible tocar el cielo.