El eco del laúd y el tres resuena
en medio del portal. La gente comienza a acercarse, tratando de ocupar algún
asiento cerca del escenario. Los repentistas se saludan y caminan de un lado a
otro, ansiosos por soltar al viento la carga de versos que llevan sobre los
hombros.
Muy pronto, el papel en blanco comienza a
llenarse con una lista de parejas, que se enfrentarán sobre la escena en un
encuentro donde, quien logre atrapar con mayor sutileza las palabras en una cárcel
octosílaba, se llevará los aplausos del auditorio.
“¡ Ton tien toy a tantar!”. El
reclamo, que pocos entienden, se escucha desde la acera y las miradas se
dirigen hacia el exterior, donde unos ojos azules, exaltados, esperan la
respuesta.
Los improvisadores sonríen, saben
que no necesita invitación para asistir a un guateque, porque la décima está
tan unida a su existencia, que ya no se sabe bien si él fue quién la descubrió,
o si fue ella quien lo escogió primero y desde entonces, viaja por toda Cuba
sobre sus pasos inquietos.
Con una guitarra a cuestas, se
aproxima hacia los tocadores y abraza a los repentistas, mientras que muchos cuestionan
el juicio del locutor – “Yo no puedo creer que lo dejen cantar”-dicen algunos
incrédulos que no han tenido la oportunidad de conocerlo.
De repente, la primera pareja
comienza el duelo poético y todos se concentran en cada intervención, mientras
“Pupy”, se sienta en un taburete, aguardando su turno.
Con el cabello despeinado, la
ropa desaliñada, pero elegante y una maleta repleta de recuerdos, su expresión
se asemeja a la del Caballero de París. Entonces, se me antoja soñar que es el
Caballero de la décima, ese que desanda a diario las calles de Cárdenas, donde
tiene su “tasita”, que es también la casa de todos los poetas. Pero reflexiono
y pienso que le desagradan los títulos o las ceremonias, porque él es
simplemente, Pupito.
Cuentan que era el “niño lindo”
de Chanchito (Francisco Pereira), uno de los mayores exponentes de la décima
oral en Cuba. De seguro que él, descubrió de inmediato que tenía un don único.
Por eso, en aquella ocasión en que el dueño de la casa no lo dejó entrar a la
canturía y le cerró la puerta en medio de la frialdad de la noche, Chancho se
detuvo y no volvió a decir un verso hasta que el rostro de Pupy se incorporó de
nuevo en el público.
Ya llega su turno, se levanta y
al lado de su compañero de escena, luce solo
un fragmento de hombre, hasta que abre los labios y deja correr un río de
metáforas en ese lenguaje suyo, donde la mayoría de las consonantes ceden su
espacio a la “t”. Entonces, se vuelve cada ve más grande, y el contrario, tiene
que conformarse con estar bajo su sombra. El público lo aplaude eufórico,
preguntándose cómo puede ser posible que la métrica y la rima de sus versos sean
perfectas.
La disputa ha llegado a su fin,
entre lágrimas Pupy abraza a los repentistas y agradece a los espectadores, con
la certeza de haber demostrado en su actuación que él, es sin dudas un
verdadero “toeta”.
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