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¡Mamá,
tú eres adivina!
Le digo justo después de llegar empapada a
casa por no hacerle caso y dejar la sombrilla. Sí, porque Rubiera es solo un
principiante comparado con las madres, que tienen un séptimo sentido para
pronosticar los acontecimientos.
Cada una tiene un sello particular que la
distingue dentro del hogar y llena de regocijo a sus descendientes. Al dialogar
con varios hijos e hijas, algunos comentan que sus madres son el mejor antídoto
contra la desesperación “Nada de clordiazepóxido,
cuando estoy estresada basta con hablar con mami, y parece que todos los
problemas se resuelven”.
Otros afirman conocer perfectamente cuando
los van a requerir, pues en lugar de achicarle el nombre, mamá les dice hasta
los apellidos: “¡Juana Margarita de la Rosa García, ven acá, urgente!”.
Claro y quien mejor que aquella que nos llevó
en el vientre para apreciar nuestra belleza y aunque tengamos puesto el peor de
los vestidos, o luzcamos despeinadas, nos recibe con un abrazo y la frase: “Ay,
qué linda mi niñita, a ti todo te queda bien”.
Y cómo olvidar a las madres que exaltan las
cualidades de sus hijos para que las muchachitas vean en él un buen partido:
“Viste qué bueno es, es talentoso, tiene un trabajo excelente, sabe hablar
inglés, hace ejercicios y hasta cocina…”
Aunque pasen los años, para ellas seguiremos
siendo unos niños y no se cansan de mirar y mirar las fotografías de la infancia
o el video de los quince.
Y quién mejor que una madre para asegurarse
de que estemos bien alimentados, pues a pesar de que tengamos unas libritas de
más, nadie puede resistirse a sus almuerzos especiales donde después de probar
tres veces el postre, nos insiste: “Anda come otro poquito que te veo decaído”.
Ellas son las “mujeres orquesta”, capaces de
no perder el ritmo mientras lavan, cocinan, limpian… todo a la vez.
Por eso, no resulta preciso esperar al
segundo domingo de mayo para acercarnos y decirles en el oído que todo cuanto
somos se lo debemos a su aliento, que cada cumpleaños es una fiesta si está
presente su sonrisa y en los instantes difíciles solo la queremos a ella a
nuestro lado.
Mientras me seco el cabello, mami se acerca y
se sienta en la cama para contemplarme y decirme que me apure que si no
terminaré con catarro.
Sonrío y pienso que soy la hija más dichosa
del mundo por tenerla a mi lado. Entonces, tan solo pido que su vida se
prolongue por mucho tiempo para tener sus besos y su pronóstico de cuándo debo
abrir la sombrilla para refugiarme de la lluvia.
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