La llegada de un niño al hogar es
siempre sinónimo de regocijo. Cuando su llanto se escucha en la casa es
presagio de las más dulces noches de insomnio donde padres, abuelos, tíos y
hasta vecinos inventan mil estrategias para que el bebé ceda a los caprichos
del sueño.
Y es que la vida de un niño tiene la magia de
estrechar los lazos familiares. Así, todos se unen en la misión de cuidar al
bebé. ¿Cuántas veces inician las disputas por sostenerlo en los brazos,
mientras el vencedor casi siempre se lleva un húmedo recuerdo sobre la ropa?.
Es un privilegio verlos crecer,
alimentarlos y comprobar su gusto por las combinaciones más raras como frijoles
con mermelada y la técnica del “avioncito”, para que pruebe una cucharada más.
Así poco a poco llegarán las
primeras palabras ante la expectativa de qué pronunciarán primero: ¿mamá o
papá?. Mientras, abuelo los enseñará a
dar los primeros pasos y más adelante a montar bicicleta por todo el barrio.
Con el tiempo, irán conformando
su personalidad con gestos de aquí, costumbres de allá… descubrirán los
colores, y querrán saberlo todo cuando
comience la etapa de los ¿por qué?.
Ninguna medicina contra la
zozobra es mejor que el abrazo de los niños, que sus besos tibios en la mejilla
y verlos abrir los brazos como queriendo medir el tamaño del cariño que
sienten. ¡Cuánta emoción se esconde en sus miradas al iniciar la escuela y
escribir sus nombre con una crayola en todas partes!. Nadie como ellos para
deshilachar las mentiras y armar un mundo imaginario donde existen bodegas,
superhéroes, casitas…, mientras juegan a ser grandes.
En su inocencia, en su rostro
iluminado cuando el amor verdadero los rodea, en la imaginación sin límites que
retoza entre sus manos y sus pensamientos, está la esencia de la humanidad. Un futuro
que comienza a desdoblarse y que es preciso resguardar de las tormentas para
que crezca limpio, feliz de existir.
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