Sentada
frente al mar, junto a su hija, contemplan las fotos antiguas de la abuela: rostro
de joven tímida y aquel único vestido reservado para grandes ocasiones. Las
olas golpean los riscos y una sorpresa de espuma llega hasta sus pies…
-No la conociste, ella era toda ternura.
Cuando tenía tu edad me traía a este mismo sitio para hilvanar viejas historias.
Hablaba de su padre, alma traslúcida entre hornos, desgastando su existencia
para obtener centavos escurridizos como el humo que emana del carbón; mientras
la esposa, atendía un hogar donde siete manos extendidas reclamaban el mismo
pan.
Suspiraba
al hablar de su juventud, sin perfumes, ni maquillajes, solo el encanto natural
de un cabello largo, nido de orquídeas. Durante nuestros encuentros jamás
olvidó el instante en que un alba de
letras y números iluminó la
Ciénaga y por primera vez, pudo escribir su nombre-.
Los
botes arrastran hacia la arena una lluvia de peces, están cada vez más cerca.
Ambas contemplan el movimiento de los remos, -¿Sabes?, tú tienes su misma
mirada-, le dice a la pequeña y con un gesto indica que puede ir a jugar en la orilla.
A
solas, examina las huellas del tiempo sobre la desgastada fotografía y
vislumbra su presente: la jornada diaria de llevar a la niña hacia la escuela;
mientras en su interior crecen a la vez, angustia, ante la certeza de que en
cuarto grado se irá lejos del hogar, y orgullo, porque será dueña de su futuro.
Entonces, reconoce que ha heredado un espíritu
emprendedor y disfruta el derecho de saberse independiente, osada, espontánea.
Se
siente dichosa de que todas las mañanas el aroma del café despierte sus
sentidos, de reservar espacios para sembrar un árbol y haber contemplado el
vuelo de las cotorras, la agilidad de las jutías, la magia de los cangrejos que
se extienden como una alfombra sobre la piel del camino.
-¡Isabel,
es hora de irnos!, exclama. En los últimos minutos, respira la inmensidad del
mar y vuelve a contemplar la imagen de abuela, tan distante del azul que ahora
exhibe el cielo. La aprieta contra su pecho, y susurra: “Si pudieras verme, soy
una mujer feliz”.
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