El corte no
se detiene y el pelotón de la CPA Manuel
Ascunce se anima al contemplar las bocanadas de humo que exhala el central René
Fraga Moreno.
Francisco
Oliva Hernández se aproxima hacia el timón de la KTP-2, no sin antes
indicarle a Lázaro Hernández Rodríguez que encienda los motores del camión para
iniciar la jornada.
De repente,
temblores de acero recorren la tierra y un presagio de alas blancas vibra para
consagrar el instante sublime en que la caña se eleva hacia el cielo.
Avanzan por
el terreno irregular que en ocasiones torna los movimientos difíciles. -¡Más
despacio!, ¡No te adelantes!, por medio de señas se comunican hasta lograr esa
dualidad cómplice de largas horas productivas.
“En un día arrancamos
hasta más de 200 toneladas. Comencé con 20 años y ya tengo tres décadas de
experiencia, a veces se ha roto la máquina en medio del fango, pero entre todos
la arreglamos. En esta zafra el René Fraga está como nunca y por eso, aunque el
cansancio ya se nota, nada nos quita el empeño de cortar la mayor cantidad
posible”, me dice Francisco.
Lázaro
sonríe y confiesa que avanzar sincronizados es complejo, pero las horas de
faena otorgan maestría y desenvolvimiento. “Los operadores nos dan las
indicaciones. Algunos son muy exigentes, no podemos desperdiciar la materia
prima”.
Es mediodía
y el calor se vuelve intenso. Ambos regresan a la faena. Avanzan al mismo
compás, desandando los surcos, tal vez sin percatarse de que a cada minuto la KTP-2 levanta más su brazo
para estrechar al camión en un abrazo de caña.
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