Jacinto
Brito Naranjo es uno de esos hombres que lleva el azúcar en la sangre. Por sus
venas corre un frenesí de melaza, ese por el cual se mantiene vivo, con una
energía que echa a andar los motores del entusiasmo.
De pie,
frente al basculador y el molino, contempla el recorrido de la caña, y dicen
que en sus más de cuatro décadas de experiencia ha descifrado el íntimo lenguaje
de los mecanismos…
Durante
cinco años, la jubilación lo mantuvo separado de la industria azucarera. Sin
embargo, no lo pensó dos veces cuando solicitaron su ayuda para impulsar el
rendimiento del central René Fraga Moreno.
“Me dijeron
que necesitaban mi esfuerzo y experiencia para realizar reparaciones
importantes, regresé y dejé todos mis proyectos a un lado. Desde entonces no
solo desempeño mi trabajo, sino que me mantengo enseñando a los más jóvenes.
Estoy orgulloso de haber contribuido a elevar la producción y contemplar cómo
nuestro central se ha convertido en uno de los mejores del país durante el
actual periodo de zafra”.
Al hablar
de los logros alcanzados Brito sonríe y refleja esa expresión propia de los
hombres que enfrentan con voluntad los contratiempos y su sola presencia
infunde ánimo a los obreros.
“El
esfuerzo y el estímulo del colectivo laboral al ver que se obtienen buenos
resultados, permite que el René Fraga siga a la vanguardia. Para ser un buen
obrero hay que cumplir con la disciplina tecnológica, respetar el trabajo y
siempre tratar de aprender. A los muchachos nuevos les digo que el saber no
ocupa espacio y deben superarse cada día porque en sus manos está el futuro de
la industria azucarera. Quienes unen su fuerzas en esta dinámica no solo deben
hacerlo por el interés monetario, sino también por el anhelo de que todo salga
bien”.
Cuando se
cumplen las metas todo el mundo se siente contento como si fuera una fiesta de
quince porque es la gratificación de tantos instantes de sacrificio y
dedicación”.
“Mi lema
siempre ha sido: el central no nos puede caer encima, somos nosotros los que
debemos caerle arriba a las roturas y no parar la marcha”.
El vapor
del molino es cada vez más fuerte. Brito se seca el sudor y dirige de nuevo una
mirada hacia las inmensas estructuras de metal. Observa con detenimiento las
piezas que extraen el jugo de la caña y recuerda la primera vez que se acercó
al basculador… Entonces, a sus 66 años, siente que sus venas se agitan y le dejan
bajo la piel, un eterno dulzor.
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