La identidad cultural de un país es su rostro más fiel, el signo que lo distingue entre el inmenso océano multicultural del mundo. Su esencia debe ser transmitida a través de los años, de ahí que las nuevas generaciones tienen un papel protagónico en la lucha constante por salvar las raíces más autóctonas del olvido y las influencias hegemónicas de patrones foráneos. Hace algunos días consultaba las palabras del eminente historiador e intelectual cubano Eusebio Leal y no pude evitar conmoverme ante una certeza: “La raíz, el punto de partida de los sentimientos que podríamos llamar cubanos, por sobre etnia y ubicuidad, son de carácter cultural. Quienes han asumido ese legado en su plenitud poseen un signo, aquel que prefiguró Martí para encomiar a los que “en una hora de transfiguración sublime, se echaron selva adentro, con la estrella en la frente” Son dignos de admiración, quienes se estremecen al ver ondear la bandera de la estrella solitaria, o detienen sus pasos ante las notas del Himno de Bayamo y también los que se esmeran por salvar la poesía genuina que une las voluntades e inmortaliza las épocas. Para quienes albergan estos sentimientos los ánimos de defender la tierra que los vio nacer fluyen en las venas como un sello permanente. Cada generación es diferente, parecida a su tiempo, por ello, “es menester que los viejos y los nuevos nos unamos por una causa trascendental. ¡Cristalice la unión y dispongámonos, fraternalmente, a enfrentar con amor y grandeza los agravios de la injusticia —que abruman por doquier a la humanidad—, siempre al servicio de Cuba! ¡Que surja la luz, la claridad, la transparencia!” La cultura se nutre, se renueva a cada instante, pero resulta esencial no perder de vista los elementos que nos congregan, que nos unen y forman el molde del cubano, único por su carisma, su expresión vivaz y su elocuencia. De todos depende que el futuro tenga sobre su piel los colores de la cubanía.
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jueves, 16 de abril de 2015
La cubanía, un sello que nos distingue
La identidad cultural de un país es su rostro más fiel, el signo que lo distingue entre el inmenso océano multicultural del mundo. Su esencia debe ser transmitida a través de los años, de ahí que las nuevas generaciones tienen un papel protagónico en la lucha constante por salvar las raíces más autóctonas del olvido y las influencias hegemónicas de patrones foráneos. Hace algunos días consultaba las palabras del eminente historiador e intelectual cubano Eusebio Leal y no pude evitar conmoverme ante una certeza: “La raíz, el punto de partida de los sentimientos que podríamos llamar cubanos, por sobre etnia y ubicuidad, son de carácter cultural. Quienes han asumido ese legado en su plenitud poseen un signo, aquel que prefiguró Martí para encomiar a los que “en una hora de transfiguración sublime, se echaron selva adentro, con la estrella en la frente” Son dignos de admiración, quienes se estremecen al ver ondear la bandera de la estrella solitaria, o detienen sus pasos ante las notas del Himno de Bayamo y también los que se esmeran por salvar la poesía genuina que une las voluntades e inmortaliza las épocas. Para quienes albergan estos sentimientos los ánimos de defender la tierra que los vio nacer fluyen en las venas como un sello permanente. Cada generación es diferente, parecida a su tiempo, por ello, “es menester que los viejos y los nuevos nos unamos por una causa trascendental. ¡Cristalice la unión y dispongámonos, fraternalmente, a enfrentar con amor y grandeza los agravios de la injusticia —que abruman por doquier a la humanidad—, siempre al servicio de Cuba! ¡Que surja la luz, la claridad, la transparencia!” La cultura se nutre, se renueva a cada instante, pero resulta esencial no perder de vista los elementos que nos congregan, que nos unen y forman el molde del cubano, único por su carisma, su expresión vivaz y su elocuencia. De todos depende que el futuro tenga sobre su piel los colores de la cubanía.
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