“Yo no sé cómo mi jefe tiene
tiempo para atender a su familia y a la vez estar presente en todas las
actividades, garantizar la estabilidad de la empresa… No hay una mañana en que
se le olvide decir los buenos días”... Comenta una amiga y su vivencia llena a
todos de admiración.
Quien es designado como máximo
responsable de un colectivo, debe ser competente, dominar los procesos que
tiene a su cargo, administrar el tiempo, innovar, dialogar y llegar a acuerdos
comunes. Sin embargo ¿es suficiente?, ¿se puede construir un líder?, ¿cualquier
persona puede ocupar esta responsabilidad con tan solo prepararse?
Asumir el liderazgo implica mucho
más. Supone tener carisma y carácter para crear un clima favorable en las
relaciones con los subordinados, de manera tal que el respeto nazca desde el
ejemplo y no de la concepción errónea: “Haz lo que yo digo y no lo que yo hago”.
Desde que asume la dirección, la
persona se convierte en una figura pública. Las miradas y criterios giran en
torno a su desempeño y comienza a ser una suerte de motor impulsor de todo un
mecanismo gigante: el colectivo laboral.
Quienes no comprenden esta
realidad, corren el riesgo de adoptar patrones equivocados, que pueden
clasificarse de varias maneras:
El directivo antifuturo: Le teme a las ideas de los jóvenes profesionales y no
les abre un espacio para que tracen su propio camino y proyecten sus ideas,
sino que los mantiene subutilizados hasta que su creatividad perezca a causa de
la rutina.
El directivo bocina: Cada vez que realiza un señalamiento lo hace a gritos. Considera que esta es la vía
para ganar cierto grado de “supremacía” y que nadie se atreva a cuestionar su
voluntad.
El directivo camaleón: Posee dos imágenes, una correcta en el trabajo y otra
diferente que proyecta fuera de este y con la cual coloca en tela de juicio su
veracidad.
El directivo globo: Crea falsas expectativas, y termina decepcionando a todos ante
la falta de gestión y compromiso.
El directivo todo se puede: Considera que, permitiendo a sus colegas toda clase
de atribuciones, será más aceptado y todo marchará bien.
El directivo pregúntale a otro: Su falta de seriedad respecto a la superación lo
lleva a esquivar las dudas de sus colegas y traslada estas responsabilidades hacia
otro trabajador.
Por suerte, a la par de estos
casos, coexisten otros que testimonian cuánto puede beneficiar a una entidad
contar con un liderazgo que estimule el trabajo en equipo, que aproveche las
oportunidades y fortalezas y busque atenuar las dificultades y amenazas.
Dirigentes que combinan sensibilidad humana y a la vez no les tiembla la mano
para aplicar con rigor la ley.
“Jefe” o “Jefa” que siente pasión por la obra
que realiza y transmite voluntad de crear. Esos, cuya capacidad para ser los
primeros, les otorga por derecho propio la potestad moral de exigir y corregir las
actitudes negativas y no caer en la atrayente red del tráfico de influencias o
el mal llamado “sociolismo”.
Colocar a personas idóneas en los cargos directivos
y administrativos es una necesidad. Quienes asumen este privilegio, no deben
dar espacio a las improvisaciones, sino construir un camino sólido donde es
preciso recordar las palabras de Fidel: “(...) Los dirigentes revolucionarios
son como los espejos del pueblo, que reflejan en sí mismos las mejores virtudes
que reciben del pueblo (...)”.