Hace cuatro años, la profesora
Mirta Amanda Heredia, enseña el sistema Braille a los estudiantes ciegos y de baja
visión de la escuela especial Héroes del Goicuría en la ciudad de Matanzas.
A ver Brayan, toma el punzón y la regleta y
vamos a repasar la letra q que es difícil, anda demuéstrale a la periodista que
tú sí sabes cómo se combinan los puntos.
Así, muy bien… Es un niño muy inteligente y eso que hace poco tiempo que
está en mi aula, pero sé que irá avanzando. Tiene siete añitos, imagínese.
Soy yo quien se siente cansada,
son ya 68 años y he empezado a considerar la idea de jubilarme, si no me he
decidido es por los muchachos, no quiero dejarlos. Inicié en el magisterio hace
más de cuatro décadas, pero hace cuatro años descubrí mi verdadera vocación
aquí en la escuela especial Héroes del Goicuría.
Este es un centro provincial,
donde cursan los estudios primarios los niños sordos, ciegos y de baja visión.
Al comienzo pretendí aprender el lenguaje de señas pero me resultó imposible.
Entonces la vida me demostró que estaba en la dirección equivocada. Un buen
día, ante la ausencia de docentes, me pidieron que asumiera el grupo de segundo
grado de ciegos y débiles visuales.
Le confieso que al inicio me
asusté un poco, pero me facilitaron la bibliografía necesaria y una maestra que
vino de Santiago de Cuba y ya tenía experiencia en esta especialidad me guió.
Así, leyendo, buscando nueva
información sobre el tema, transcribiendo libros…paso a paso, como un escolar
cuando empieza a leer, aprendí el sistema Braille. De esta forma los alumnos
transitan conmigo de primero a sexto grado. Si en este momento tuviera la
oportunidad de comenzar otra vez mi carrera como profesora, escogería este
puesto.
Si se fijan bien en el aula, cada juego
didáctico, cada mural, tiene elementos en braille para que los estudiantes
puedan utilizarlos. Mire, este es un rompecabezas a relieve que simula un
tractor. Al armarlo, se puede apreciar la forma de las figuras geométricas y
así distinguirlas. Lo mismo sucede con este reloj que tiene los números
dibujados en un formato grande y debajo en braille.
Recortando figuras, reciclando objetos… cada
uno de estos instrumentos son elaborados aquí y muchos son fruto de esos
sentimientos que los alumnos despiertan en mí y me motivan a crear. Estos
materiales, junto a un alfabeto braille sobresalieron en el evento
internacional Pedagogía 2015.
Brayan, ¿se te cayó el punzón?, pues arriba,
a buscarlo. No, periodista, no se lo recoja, que él sabe ubicarlo por el sonido
y el tacto… ¡Eso es!, muy bien mi niño. Vio que rápido lo encontró. Es que
ellos reciben la asignatura Orientación y movilidad con otros profesores pero
yo durante las clases, también los instruyo para que sean cada vez más
independientes.
Oiga, él y Mélany, mi otra estudiante, que ya
está en cuarto grado, son como mis nietos. Desde que llego al centro hasta que
me despido en la tarde, no me separo ni un instante de su lado. Juntos vamos a
almorzar y de vez en cuando me gusta llevarlos hacia la panadería, u otros
sitios cercanos, para que aprendan también del mundo exterior.
Cuando me doy cuenta de que están tristes y
se niegan a seguir con la lección. Me detengo y les leo un cuento, o les regalo
un caramelo para que se animen y con la misma sonrisa de siempre continúen el
aprendizaje. Eso sí, no se trata de una tarea fácil. Hay que estar bien
preparado, pues constantemente te realizan preguntas y uno tiene que pintarle
con palabras el conocimiento.
Claro que siempre es preciso ser creativos.
Por ejemplo, como parte de la asignatura El mundo en que vivimos, cuando
hablamos de las plantas, de inmediato los llevo al jardín para que puedan tocar
y diferenciar entre el tallo, las raíces, las hojas… y les explico la función
que cada parte realiza.
¡Ahh!, una de mis mayores satisfacciones es
haber ideado una vía para que los estudiantes escriban en su propia libreta.
Sí, porque siempre practicaban la escritura en hojas sueltas que después se
guardaban. Ahora encontré la forma de que coloquen estas hojas más pequeñas en
la regleta y así todas las tareas quedan grabadas. Les colocamos figuras como
premio al buen trabajo, pueden forrarlas, y cuando terminen la primaria,
llevársela como recuerdo de su trayecto.
Estos pequeños me sorprenden a diario. Mélany
ha creado un vínculo especial conmigo. Desde que me acerco al aula me conoce
por los pasos. Si hay un trabajo voluntario, es la primera en ir y ayudar a
recoger la basura, barrer… y qué decir cuando se acerca el aniversario de la
muerte de Camilo, es preciso bajarla hacia la orilla del mar. Allí lanza sus
flores y enseguida pregunta ¿maestra, se ven lindas?, ¿Las olas las llevan
hacia lo profundo?...
En una ocasión el día estaba nublado y me
dijo, “¡Están cayendo las primeras gotas!”, yo le pregunté que cómo lo sabía y
ella contestó risueña: “Ay maestra, ¡por el olorcito a tierra!”.
Hasta mis hijos se han enamorado de esta
enseñanza e incluso el mayor de ellos quiere aprender braille. De vez en
cuando, vienen al centro y al que es enfermero, Mélany le dijo que por qué no
le devolvía la visión. Ese día, ella no lo supo, pero lloré en silencio…
El apoyo de la familia es indispensable. Me
lleno de tristeza cada vez que un padre se opone a que su hijo estudie y
prefiere tenerlo en su hogar, con la idea errónea de que por ser discapacitado
no puede soñar con un futuro brillante.
Probablemente este sea uno de mis últimos
cursos, pero sé que nunca faltarán generaciones de profesores que asuman este
reto y allí estaré, dispuesta a orientarlos.
Cuando ya no esté trabajando, me llevaré como
recuerdo cada momento en que los pequeños sostuvieron mi mano y la apretaron
fuerte para sentirse seguros. Mi mayor anhelo es que al pasar los años, los
encuentre en la calle y me abracen con el mismo amor. No pido más, me siento
realizada al saber que durante un tiempo, yo fui sus ojos.
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