Cuentan
que cuando el maestro llegó en 1966 a la finca La Paloma aún sin
quitarse el polvo del camino preguntó dónde estaba la escuela, mientras
los pobladores contemplaban desconfiados al muchachito de 18 años y
mirada expresiva que parecía un alumno más. Ante la imposibilidad de
regresar a casa, tuvo que hospedarse de lunes a viernes en el hogar de
José y María, ubicado en la finca El Chamizo, perteneciente a Ceiba
Mocha.
Muy
pronto las dudas fueron sustituidas por la admiración hacia el joven
que despertaba temprano y transitaba cuatro kilómetro hasta llegar al
aula y recibir a los niños, para después dedicar las noches a instruir a
los adultos de la zona. Así, se fue convirtiendo en un hijo más de
aquellos predios, donde la bondad lo saludaba desde cada puerta,
envuelta en el aroma del café matutino o en los rostros asombrados que
permanecían en silencio, escuchándolo.
II
-¡Hoy si voy a aprender!, ¡llegó mi maestro!
Ante
el saludo de la niña, Regino Rivas Díaz olvida el cansancio de recorrer
siete kilómetros cada sábado y de los 68 años que se ciernen sobre sus
pasos, para enseñarla a mirar más allá de sus limitaciones físicas. Sabe
que incluso el destino es su cómplice, pues ideó su regreso al mismo
batey de Ceiba Mocha donde hace cinco décadas atrás fue el muchacho
inquieto que conquistó la gratitud campesina.
“Mi
trayectoria ha estado llena de coincidencias. La noche en que llegué a
Managua con el objetivo de iniciar la misión internacionalista nos
alinearon en fila para indicarnos hacia qué departamento debíamos ir.
Cuando llegó mi turno me ordenaron: “Rivas, usted va para Rivas”,
entonces recordé que cuando era niño le había dicho a mi maestra de
geografía que algún día visitaría ese lugar. Inmediatamente corrí a
escribirle una carta donde le comuniqué: “Profesora, estoy en Rivas,
como dije en mi pupitre una vez”.
Y
es que la existencia de Regino ha sido un desafío constante al
desaliento, al egoísmo de dar la espalda al mundo exterior que espera
porque alguien le siembre nuevas ilusiones.
“Alrededor
de 33 años marcan mi camino como Director y subdirector de centros
docentes. La primera experiencia fue en el internado Julio Antonio
Mella. Después, al volver de Nicaragua me situaron al frente de la
escuela primaria Mártires de la Cumbre, donde se realizó un trabajo
inolvidable con la comunidad. Sin embargo, mi vocación se fortaleció
verdaderamente al asumir durante 21 años la dirección de la Escuela de
Formación Integral Antonio Guiteras. Nos veían como su familia,
realizábamos actividades prácticas de talleres y oficios, y poco a poco
se evidenciaban las transformaciones en los alumnos”.
Posteriormente,
fungió como metodólogo en la dirección municipal de educación de
Matanzas y una vez más, ante el llamado del territorio, asumió el reto
de ser profesor en la Escuela de Conducta Conrado Benítez donde
permanece actualmente.
Al
indagar sobre la obra de Rivas, tal vez muchos mencionen las medallas
de la Alfabetización, Jesús Menéndez, Hazaña Laboral, Misión
Internacionalista, 28 de septiembre, 40 Aniversario de las FAR, o quizás
la Distinción cubana al educador y los sellos Ernesto Guevara, Frank
País. Mientras otros resaltarán la Medalla conmemorativa de la ciudad de
Matanzas, la Orden Lázaro Peña y los diplomas otorgados por participar
en movilizaciones, zafras, recogida de café, donaciones de sangre… No
obstante, confiesa que el reconocimiento más valioso es la expresión de
sus estudiantes.
“El
año pasado durante la jornada por el día del educador en la escuela de
conducta, el estudiante Yuniesky Cárdenas comenzó a leer un poema en
medio de la plaza: “Maestro quiero decir/con estas pocas palabras/que
con amor usted labra/un camino para mí”… al terminar comprendí que había
sido escrito en mi honor. Los presentes comenzaron a aplaudir y nadie
pudo evitar las lágrimas”
“Tengo
el privilegio de que mis dos primeras maestras Carmen y Soraida estén
vivas. Ellas son mi inspiración a seguir superándome. Me gradué como
maestro primario, maestro defectólogo, Licenciado en Defectología en la
especialidad de Trastornos de la Conducta y en el 2007 obtuve la
Maestría en Ciencias de la Educación Superior. Aún aspiro a cursar el
doctorado, a pesar de que muchos consideran que es una locura a mi edad.
“Me
preguntan qué voy a hacer en el futuro, pero siempre respondo que no me
preocupo por el porvenir, que solo pienso en lo que estoy haciendo en
el presente. Siento profunda tristeza cuando me avisan de la muerte de
algunos de mis alumnos. Siempre he considerado que el magisterio es como
cuidar de un jardín donde las flores se abren poco a poco y con el
tiempo van desapareciendo. Eso sí, lo esencial en esta tarea es luchar
contra la pobreza de ánimo, porque no hay cambios sin sueños, ni sueños
sin esperanzas”.
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