Aleido
tiene 75 años y cuando la nostalgia lo invade, toma entre sus manos el
álbum y contempla los retratos familiares. Allí, como un pedazo de vida
que se fugó del tiempo, están los rostros de sus padres y hermanos. Él
fue el último en llegar al hogar de los Carreño Fernández.
Al
volver sobre las imágenes recuerda la mesa grande donde se sentaban a
compartir el almuerzo y cómo en el alma de su madre había espacio para
abrazar a los 14 hijos. Del padre heredaron la rectitud y desterraron el
miedo al trabajo arando la tierra, sembrando semillas que despertaron
en frutos.
Cuando
llegaban los tíos y primos, la casa era una fiesta. De inmediato se
multiplicaban los panes y aparecía un sitio para resguardarse de la
noche.
Poco
a poco pasa las páginas donde aparece el rostro en blanco y negro del
hermano poeta que hoy no está cerca para decirle un verso, los sobrinos
que marcharon hacia otras tierras, su boda, la infancia de sus hijos.
Más adelante, los colores de las instantáneas recuerdan épocas cercanas y
en ellos advierte las sonrisas de los nietos, las canas que han ido
nublando los cabellos de su esposa…
Desde
la magia del lente, piensa en cuánto han crecido las ramas del árbol
llamado familia, ese que es común y a la vez diferente para todos.
Bajo
su sombra descubrimos el mundo. Puede tener diversas formas: algunos de
troncos firmes; otros de hojas dispersas, lo cierto es que cada uno es
parte vital del bosque denominado sociedad.
Toda
familia tiene su propia historia, poco a poco sus miembros crecen
recibiendo la influencia cultural de quienes les antecedieron y, a la
vez, adquieren rasgos distintos como protagonistas del contexto social
donde se desenvuelven.
Hace
algunos años la Doctora María Elena Benítez, del Centro de Estudios
Demográficos de la Universidad de La Habana, declaraba en el programa
televisivo Mesa Redonda que la familia en nuestro país, “está tejida en
redes, no solo se quedan circunscritas a la consanguinidad en un primer
nivel, está determinada por la convivencia, el parentesco y no vive a
puertas cerradas”.
Mientras,
el Código de la Familia en Cuba la define como centro de relaciones de
la vida en común y señala que satisface hondos intereses humanos,
afectivos y sociales.
Sin embargo, ¿siempre se logra mantener la armonía en el ámbito familiar?, ¿por encima de las individualidades prima la unión?
Los
vientos de la emigración, la aridez de las dificultades económicas, las
plagas de las adicciones, pueden adueñarse de él hasta despojarlo de su
savia esperanzadora.
Entonces,
escuchamos que un hermano privó a otro de su existencia, un padre se
“divorció de sus hijos”, o un anciano en el final de sus días presenció
la lucha descarnada por despojarlo de sus bienes.
El
engranaje familiar es un complejo sistema donde cada pieza tiene su rol
específico. En él se establecen jerarquías, límites claros que solo
resultan eficaces cuando prima el respeto y fluye la comunicación.
Quienes
sufren las consecuencias de crecer en familias disfuncionales, llevan
un vacío en el interior. Luego de una niñez en medio de conflictos,
puede llegar la juventud marcada de inseguridad, timidez y baja
autoestima.
No
existen manuales que aseguren totalmente la paz y la felicidad. La
única alternativa es perdonar, dialogar, abandonar los egoísmos. Nadie
puede escapar de las influencias recibidas desde la cuna. Lo que seamos
capaces de inculcar será lo que recibiremos mañana y definirá el color
futuro de nuestro país, la familia mayor.
Sentado
en el portal Aleido cierra el álbum y mira al horizonte. Intenta
recordar la cantidad de sobrinos, primos… la lista sería interminable.
Sabe que no todo es perfecto, que no podemos escoger un modelo de
árbol-familia para nacer en él. Pero tiene la seguridad de que cuando
las raíces se levantan desde el amor, siempre es posible que sus hojas
reverdezcan.
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