Cierro los ojos para palpar las teclas de una vieja
máquina de escribir, ansiosa por asir las imágenes del mundo paralelo que
existe en el interior del autor, ese sitio donde se disipan ruidos externos
para ceder espacios a un diálogo con el espíritu. Es allí donde siento tus
palabras abalanzándose sobre mi voz, con el impulso ardiente de seguir cantando
a la vida, a Cuba.
Entonces, recuerdo la primera vez que leí uno de
tus poemas Viajera peninsular/como te has
aplatanado… y la melodía de la décima se me adentró en las venas como un
torrente de expresión incontenible. Transcurrieron los años y entre los
archivos del periódico Hoy, desgastados por roces de ávidas pupilas, encontré
tu vocación para contar la historia a través del verso, raíz de música en tu garganta.
En una suerte de desvarío te imaginaba tarareando
rimas, sumido en la urdimbre de crear un poema para cada día, de renacer en él.
Ahora, he descubierto que puedo convertirme en una página para que vuelvas a
narrar el ritmo del tiempo y traces sobre mis líneas: la medida de un suspiro.
Jesús Orta Ruiz se transformó en genuina vertiente
para lo culto y lo popular. Poeta por excelencia y periodista de vocación, supo
bregar entre estos dos mares asido al velero de la comunicación, de la
transmisión de sentimientos. Y allí, en medio del desvelo por matizar la crónica
de su existencia, se encuentran los poemas que componen la sección Al Son de la Historia (1960-1965).
Inmerso en la vorágine de los primeros años
posteriores al triunfo de la
Revolución, el Indio Naborí responde a una tarea del Partido
Socialista Popular (PSP) consistente en crear un espacio en el interior de las
páginas del periódico Hoy, donde las
coberturas periodísticas no se circunscribieran a la prosa, sino que adoptaran
el matiz cadencioso del verso.
En su talento expresivo renacía el arte de los
juglares que, desde la Edad
Media, iban de ciudad en ciudad cantando los sucesos más
importantes de la época. Tal vez para otros realizar poesía de encargo, hubiese
significado atar la inspiración a las férreas cadenas de la rutina. Sin
embargo, para Naborí era vibrar al ritmo del pueblo y cumplir el anhelo de
cantarle a la Patria,
uno de sus más grandes amores.
Poco a poco estas composiciones rimadas se
transformaron en alimento espiritual para la sociedad cubana que esperaba con
ansiedad cada versificación, las aprendía y las recitaba con vehemencia.
Con relación a esta “selva de versos”, el propio
Naborí señaló que “no todo es salvable,
pero hay algo en ella que se resiste a morir y ha seguido pasando activa, de
generación en generación” (Orta, 2012, 102).
Los temas abordados por Orta Ruiz son disímiles,
pero la expresividad prevalece en cada entrega, mostrando un exquisito dominio
de la métrica, una identificación plena del poeta con el contexto de su época y
un trasfondo revolucionario sincero.
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