Desde la primaria, nos
disputábamos la pizarra. Sí, porque estar de pie frente al aula y tomar
furtivamente una tiza para colocar la fecha, la asignatura, escribir nombres, o
tan solo esbozar un dibujo… estaba entre nuestras travesuras preferidas, hasta
que ante el grito de ¡ahí viene la maestraaa!, se formaba el corre corre y
volvíamos a ocupar nuestro puesto.
No puedo evitar que estas
imágenes asalten mi memoria cada vez que llega el fin de semana y Yosmel me
cuenta las ocurrencias de sus alumnos, lo inquietos que son y cómo tiene que
inventar mil estrategias para atrapar su atención. Entonces le recuerdo que
nosotros también fuimos como sus estudiantes, “ahora tienes toda la pizarra
para ti”, le digo y no puede evitar sonreír.
Después de terminar la primaria
ambos tomamos senderos distintos, pero nuestra amistad prevaleció. Por eso, fui
la primera en enterarme de su decisión: “quiero ser profesor”, dijo e hizo
silencio tal vez con temor de que yo le respondiera que se trataba de una
locura, que era una profesión muy sacrificada o que los estudiantes de ahora no
son los mismos de antes…
Quedó sorprendido cuando, contra
todos sus pronósticos mi respuesta fue sentirme orgullosa de la noticia. Desde
ese momento fui testigo de sus desvelos ante los exámenes, de su empeño por no
descuidar la investigación, el estudio independiente y por culminar su carrera
con un trabajo de diploma relevante.
Este año, septiembre lo vislumbró
como licenciado en educación primaria. Desde esa fecha, cada mañana lo
sorprende entre planes de clase, libretas, cuadernos, procurando el cuidado de
los niños y tratando de que la escuela sea no solo un espacio para la
enseñanza, sino también para formar mejores hombres y mujeres.
A veces, nos sentamos juntos y
conversamos sobre esos profesores que dejaron una huella en nuestras vidas y ya
han envejecido o se han marchado para siempre. “Quisiera que cuando transcurran
los años, mis alumnos me recuerden con la misma gratitud con que yo los
recuerdo a ellos”, confiesa.
Es 22 de diciembre, después del
recorrido habitual Yosmel se aproxima al aula donde la puerta está entreabierta
y deja escapar un murmullo cómplice de picardías. De pronto alguien grita: ¡ya
llegó!, las pañoletas rojas vuelan entre sillas y dulces e inicia la disputa
por ver quién será el primero en darle un abrazo.
Esa tarde, cuando los padres se
aproximen a buscar a sus hijos, de seguro en el camino a casa alguien
descubrirá un sueño: -“mamá, cuando sea grande, quiero ser maestro”-.
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