martes, 21 de noviembre de 2017

Aprender: Satisfacción eterna

Desde el portal de mi casa puede verse el costado de mi primera escuela. A veces, la cercanía lo convierte en un elemento común que con la prisa puede pasar desapercibido ante mis ojos, pero esta mañana no he podido evitar que me envuelva la nostalgia.

Me he quedado detenida contemplando el paso feliz de los alumnos; unos, de la mano de sus padres; otros, los más grandes, avanzando solos, guiando a la hermanita pequeña para llevarla segura hasta el aula y después ir corriendo hasta la suya.

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Así, de repente, las barandas del portal me parecieron más altas y me abrazó otra vez el calor de un uniforme. Abandoné la casa y allí estaba frente a mí la puerta de la escuela, el pasillo largo, la plazoleta custodiada por la bandera y más adelante, aquel espacio de sillas pequeñas y una pizarra extendida a lo largo de la pared.


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¡Qué alegría sentir el olor a cuaderno nuevo y acariciar una por una las hojas para distinguir las figuras! ¡Cuán grato volver a llenar de preguntas a la profesora de mirada tierna, como si no alcanzaran los segundos para tantos por qué! Y cuánta emoción volver a compartir la merienda y los sueños con los mejores amigos durante el receso; experimentar el trazo de la primera letra, lograr leer en voz alta mi cuento preferido…

Por supuesto, no faltaron las horas de repasos en grupo, de las cuales surgieron trabajos prácticos, respuestas a las tareas más complejas… y donde cualquier pretexto es bueno para reírse a carcajadas o entablar discusiones que solo duran un segundo.

Pude sentir las cosquillas en el estómago ante la llegada de los exámenes, y ese impulso de esforzarte más que produce la certeza de un error.

El timbre suena y las barandas del portal de mi casa ya no me parecen tan grandes, ni tan cercano el calor del uniforme. Ha cesado el desfile de alumnos y comprendo la distancia de aquella primera etapa de mochilas y lápices a la que sobrevinieron tantas otras de profesores excelentes, amigos nuevos, sayas amarillas y azules, hasta terminar la universidad.

A pesar del tiempo, los muros de mi escuela primaria se mantienen firmes. A veces, la prisa cotidiana me impide mirarlos detenidamente. No obstante, es una dicha saber que están allí recordando mi despertar como estudiante, y esa satisfacción de aprender algo nuevo que perdura toda la vida. 

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