martes, 17 de marzo de 2015

Evocación de José Antonio Echeverría



Toma la pluma en su mano y siente el presagio de la muerte, sin embargo, se mantiene sereno, firme en el sueño tantas veces concebido entre los pasillos de la facultad de arquitectura.  “No desconozco el peligro. No lo busco. Pero tampoco lo rehúyo. Trato sencillamente de cumplir con mi deber”, escribe…

 Todo estaba previsto, la toma de la emisora Radio Reloj, el asalto al Palacio Presidencial, acudir a la Universidad de La Habana para instalar un centro de operaciones y, finalmente, entregar las armas a los ciudadanos con vistas a comenzar una insurrección armada en la capital.
“¡Pueblo de Cuba!”...La cabina de Radio Reloj conservaba todavía el estremecimiento de aquella voz que no era solo la del Directorio Revolucionario, sino el impulso de una nación que impugnaba la injusticia, cuando de camino hacia el Alma Máter un patrullero asalta el auto del “gordo” y tras el enfrentamiento, su cabello negro cae sobre el suelo, inerte. Entonces, “¿quien puede atreverse a negar que las piedras de la bicentenaria universidad lloraron?”…
“¡Aquel indómito y carismático dirigente estudiantil vivió su fugaz existencia a la velocidad de un relámpago, con un pié en el presente y otro pie en el futuro!”, expresaría años más tarde su fraternal amigo Juan Nuiry Sánchez.
Cada 13 de marzo, las nuevas generaciones recorren las calles de Cárdenas hasta llegar a la casa natal de José Antonio Echeverría. Entre sonrisas, banderas de la Federación Estudiantil Universitaria, pañoletas, se rinde honor a su esencia de de líder genuino, su valor incondicional. Y allí, en medio de la multitud, ¡cuántos niños y jóvenes felices tienen rostro de manzana!


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