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lunes, 10 de febrero de 2020

El poeta que nunca se marcha




Me parece que fue ayer cuando conocí a Manolo Carreño Fernández aunque, a decir verdad, desde antes de ser novios, mi esposo me había hablado del tío abuelo que lo adentró en los caminos de la décima y que en las noches, acostado a su lado, le enseñó cómo rimar en octosílabo, cómo velar por los singulares y plurales y, principalmente, cómo sacarse del alma cada verso para que fuese auténtico.

Sin embargo, no fue hasta que llegué a su hogar en la Finca Dos Hermanos del municipio de Pedro Betancourt que comprendí que aquel guajiro grande, de un vozarrón potente y un “pecho” afinadísimo, era uno de esos seres escogidos por la poesía para quedarse para siempre.

La primera vez que Manolo me dio la bienvenida, ya sus pupilas no lograban divisar bien mi rostro, pero bastó que sostuviera mi mano fuerte para tener la certeza de que su visión interior tenía una claridad inmensa, esa que le hacía contemplar el pasado y vislumbrar el futuro para después contarlos en décimas, con un encanto solo igualable con el de los juglares que recorrían los pueblos en la antigüedad inmortalizando historias desde sus versos.

Así tuve el privilegio de disfrutar muchas tardes, todos sentados alrededor de él, que mecía las espinelas en su sillón con la pierna levantada, a veces cantando, otras recitando, llevando a quienes lo escuchábamos de la tristeza a la risa.

-“Manolón tengo que ir a cocinar”
- “Quédate otro rato, no te he dicho la décima que le hice a Gerardo Inda Castillo”- afirmaba sin soltarme la mano y fue así como descubrí que nadie nunca logró contar los versos que guardaba aquella memoria prodigiosa que parecía ensancharse con el tiempo y cuya lucidez le permitía recitar desde la novela Camilo y Estrella de Chanito Isidrón, hasta obras que habían pasado de familia en familia e, incluso, retener varias décimas con solo oírlas una vez en medio de una controversia.

En todos los poblados y bateyes aledaños todos sabía quién era Manolo Carreño, uno de los 14 hijos de Pancho y Chacha, que conoció desde temprano el trabajo fuerte en la tierra, pero el cansancio nunca doblegó su espíritu alegre. Lo precedía siempre su fama de buen bailador; de improvisador y tonadista que dominaba también el tres. Tuvo la oportunidad de medir sus espinelas con las de muchos poetas de su época como Ismael Lantigua, Jesús Domínguez, Reynaldo Soca Morejón, José Manuel Lugo; además de cantar con Pablo León, uno de los más grandes poetas cubanos.

Por supuesto, con tantas virtudes también acumulaba una fama notable de conquistador de muchachas bonitas, pero para referirse a esa parte de su historia su voz potente parecía contraerse y, como un niño a punto de hacer una travesura, me hablaba bajo para que la “vieja” no lo escuchara.

Lo cierto es que a Manolo todos “lo querían bien”. Sabía ganarse un puesto privilegiado en los corazones porque había nacido para amar. Era la alegría de la familia, el padre que inculcó a su hijo la pasión por el arte de improvisar, y que buscaba siempre una oportunidad para pedirle a su hija que le dejase acariciarle los pies en un gesto sublime de ternura. Fue luz y confidente de  sus nietos, procurándoles el consejo oportuno; y la adoración del hermano que jamás se apartó de su lado.

Creo que jamás volveré a conocer a un hombre que se enfrentara con esa decisión a difíciles batallas contra la enfermedad, sin pronunciar una queja para no ver angustia en el rostro de su esposa, sus hijos y los sobrinos que eran capaces de dar su vida por verlo sano y fuerte.

Contrario a lo que ocurre en el seno de muchas familias, a Manolo siempre le sobraron manos dispuestas a velar por su salud. Y, para no desaprovechar ni un instante de mejoría, en los días de gravedad, sorprendió a todos improvisando casi media hora.

La noche de su despedida física, una estela de mosquitos cubrió las paredes de la casa como nunca, para anunciar que el batey jamás diría adiós al improvisador.

Han transcurrido alrededor de tres años y aunque muchos pensaron que se trataba de una despedida encuentro a Manolo vibrando tan alto como siempre en la voz de mi esposo, el sobrino que levanta su herencia en cada guateque, y  la transmite a sus alumnos del taller de repentismo infantil de Pedro Betancourt, que lleva el nombre del poeta que jamás se marcha, porque canta aun desde su sillón inmóvil, desde el tres que reposa sobre el escaparate, desde las risas que estallan cuando rememoramos sus ocurrencias y desde mi mano que puede escribir estas palabras porque tiene aun el calor de esa inspiración y  cariño que solo saben procurar los hombres eternos.


jueves, 27 de agosto de 2015

Ortodecimante, a ritmo de poesía y ortografía



 

 La décima ha sido siempre un molde expresivo que los poetas transforman, llenan de significados y perpetúan en las páginas del tiempo. Por eso, esta vez la espinela cobra vida en un álbum discográfico donde la ortografía asume una silueta octosílaba para llegar al corazón de los más pequeños y dejarle un abrazo de cultura y tradición a través del Ortodecimante, 40 reglas ortográficas.

Con singular imaginación y naturalidad el poeta e improvisador tunero Guillermo Castillo es el autor del libro que sirve de base a este proyecto auspiciado por el grupo Guijarro, perteneciente al Consejo Nacional de Casas de Cultura. Así surge Ortodecimante… que contiene 40 reglas ortográficas cantadas por niños de los diferentes talleres de repentismo infantil de Cuba.

Ortodecimarte, 40 reglas ortográficas no solo es un aporte sustancial al desarrollo de la tradición campesina por conjugar diferentes tipos de tonadas en las voces infantiles, sino que además el producto final es un álbum que contiene el libro, el fonograma y hasta un DVD que incluye un videoclip, la obra en formato PDF y el making of de la realización.

Este año, el jurado del Cubadisco le confirió a Ortodecimante… el premio en la categoría de Audiovisual didáctico, un motivo más que evidencia la importancia de esta iniciativa que desde ahora llenará las escuelas y las memorias infantiles con un universo de rimas donde, a través del juego y del deleite, se aprende.           


martes, 23 de junio de 2015

Clásico Nacional de Repentismo: arte e identidad



“Es un privilegio para Matanzas haber sido sede de este evento que internamente salvaguarda la identidad del territorio que se defiende y externamente es un espectáculo que nuestro pueblo disfruta”, señaló Orismay Hernández Ramírez, director de la Casa Naborí en la eliminatoria occidental del Primer Clásico Nacional de Repentismo, donde Mayabeque se alzó con el primer lauro.
 
Poetas como Geordanis Romaguera, Noel Sánchez, Islay Madruga y la tonadista Daysa Barrios, integraron la representación matancera en el certamen que agrupó además equipos de Pinar del Río, La Habana y la Isla de la Juventud como invitada.
 Entre las modalidades por las cuales se rigieron las controversias de los competidores estuvieron: pie forzado final, glosas, sintagma, piropos, tema, pie forzado en escalera, entre otras. El jurado en la categoría de repentismo agrupó a José Enrique Paz, Ernesto Ramírez y Julio Martínez, mientras que Conchita Torres evaluó las tonadas.

En relación con las jornadas competitivas Luis Paz Esquivel, director del Centro Iberoamericano de la Décima y el Verso Improvisado expresó: “El clásico ha tenido un comienzo maravilloso, la puesta en escena evoluciona sobre los encuentros y concursos tradicionales. No solo se pone a prueba la destreza del poeta, sino que se rompe con la individualidad para crear el sentido pertencia en los grupos donde los artistas dan lo mejor de sí para que su provincia obtenga el lugar cimero”.

Amor multiplicado en la distancia

Cuando le preguntan por mamá y papá, el pequeño Hamlet contesta que “están trabajando lejos”, que montaron un avión e “hicieron ñiiiii...” ...