lunes, 17 de febrero de 2020

Amor multiplicado en la distancia

Cuando le preguntan por mamá y papá, el pequeño Hamlet contesta que “están trabajando lejos”, que montaron un avión e “hicieron ñiiiii...” A sus tres años de edad, no sabe de distancias ni ciudades, solo imagina a sus padres volando por el cielo azul y aguarda el instante en que otro avión vuelva a surcar las nubes y los traiga de regreso.
Amor multiplicado en la distancia
El pequeño Hamlet, el mayor tesoro de sus padres que anhelan el día del reencuentro.
Mientras, allá en San Carlos, localidad perteneciente al Sur del Lago de Maracaibo, en el estado Zulia, en Venezuela, Yaisy Díaz Hernández y Yohan Álvarez Orozco despiertan cada mañana con el rostro de su hijo en el alma, porque de él emana la voluntad para seguir el camino lejos de Cuba.
“Nuestra vocación por la misma carrera fue el punto de partida de la relación que inició ya hace cuatro años y cuatro meses. Ambos somos estomatólogos generales integrales y nos conocimos mientras trabajábamos en la clínica del poblado de Bolondrón, perteneciente a nuestro municipio: Pedro Betancourt. Desde entonces, nuestro amor ha sido fuerza y aliento en cada jornada.
Amor multiplicado en la distancia
“Nuestra labor se basa entre otras acciones, en tratamientos preventivos (fomentando estilos de vida más saludables) y conservadores (las restauraciones, más conocidas como empastes, las pulpotomías)”, afirma Yohan.
“El hecho de cumplir una misión juntos nos ha ayudado mucho tanto en la vida personal como profesional. No hay un minuto en que no agradezcamos y pensemos en nuestra familia, pero estar unidos nos ha dado la fuerza necesaria para vencer cada obstáculo que impone la vida diaria, el encuentro con otra tierra y culturas diferentes. Sin embargo, cuando una siente amor verdadero, es más fácil poder transmitir cariño a los demás”, afirma Yaisy.
Y es que tras contemplar la ternura que emana del matrimonio de estos jóvenes, muchos se despiden de la consulta con la mirada llena de alegría y cuentan que nunca faltan frases como: “se ven muy lindos juntos, que bien se llevan"...
Amor multiplicado en la distancia
“Cuando una siente amor verdadero, es más fácil poder transmitir cariño a los demás”, asegura Yaisy.
“La población está muy agradecida con la Revolución Cubana por hacer posible que durante tanto tiempo puedan recibir servicio médico y estomatológico gratuito. Atendemos aproximadamente 16 pacientes, cifra que oscila según los días de la semana.
Amor multiplicado en la distancia
Esta joven pareja asegura que vivir el amor verdadero resulta un impulso para ser mejores profesionales y seres humanos.
“Nuestra labor se basa entre otras acciones, en tratamientos preventivos (fomentando estilos de vida más saludables) y conservadores (las restauraciones, más conocidas como empastes, las pulpotomías). Por supuesto, también realizamos extracciones, visitamos lugares más lejanos y brindamos servicios a la comunidad”, expresa Yohan.
Febrero continúa su curso. La página 14 de su itinerario llega a las manos de estos esposos que cierran el paso a restas y divisiones, para instaurar la primacía del amor multiplicado, ese sentimiento renovador que los convierte en mejores profesionales y que extiende sus manos a través de tierra y mar, para que el pequeño Hamlet se sienta dichoso. “Aunque no estemos cerca, siempre va en nuestros pensamientos. Gracias a él es posible acortar la lejanía y superarlo todo, por esa esperanza de reencontrarnos otra vez, contemplar su sonrisa y ser testigos de sus travesuras”.

lunes, 10 de febrero de 2020

En Jovellanos: ¿El ocaso de un microzoológico? (Primera parte)




El reloj marca un poco más de las ocho de la mañana; sin embargo, la neblina se extiende todavía como un velo blanco sobre el municipio de Jovellanos. Muchos apuran el paso, pero no pueden evitar sentir una huella de humedad sobre el cabello, los abrigos…

Avanzo hacia el Consejo Popular Luisa y esta vez, desde lejos, a duras penas he logrado distinguir la entrada del microzoológico. Un poco más cerca, ya puedo divisar los detalles. La estrella inmóvil como un lamento perenne junto a los árboles; los raíles cubiertos por la hierba en varios tramos, soñando con el trasiego alegre de los vagones.

Algunos trabajadores pintan de blanco los bordes del camino, otros chapean… No obstante, pareciera que junto a los tiempos de esplendor de la instalación, se hubiesen marchado también los colores cálidos, dejando un tono grisáceo que se expande por doquier y opaca hasta la vegetación.

De pronto, Luis González Morejón, vecino de la zona desde hace más de 50 años, me cuenta que no siempre fue así, y emprende un viaje al pasado para evocar las risas de los niños en el parque, la cafetería ofreciéndoles helado, refrescos, dulces… El trencito dando vueltas, la estrella que parecía tocar el cielo en su rotación, los pinos que desaparecieron tras la furia de algún huracán, los múltiples ejemplares que se mostraban. “Mi padre participó en la construcción de los sitios donde se exhiben los animales, yo crecí aquí”, comenta con nostalgia en la mirada.

DE NEGLIGENCIAS Y OLVIDOS

Con una extensión de 4.8 hectáreas, este sitio resulta el que mejores condiciones reúne a nivel provincial para ejercer la función de microzoológico. Por ello, se torna doloroso comprobar el estado de deterioro que hoy lo envuelve. Más allá de las condiciones deplorables de los exhibidores, lo verdaderamente lamentable es la pérdida de la diversidad de ejemplares y la situación alimenticia que enfrentan los que permanecen en el recinto.


Solo quedan algunas variedades de aves, entre ellas la caraira; una jutía, conejos, tres monos verdes y un babuino; jicoteas, caballos, curieles; así como dos cocodrilos y dos leones, los cuales presentan la situación más crítica, por tratarse de carnívoros que demandan una alimentación diferenciada.

Según el criterio de jovellanenses que decidieron permanecer en el anonimato, los animales sobreviven gracias a la comida que le procuran los trabajadores, algunos moradores de la zona y visitantes. De esta forma, quienes laboran en esta entidad protagonizan hazañas.


Humberto Salgado Madan, administrador del microzoológico, afirma que solo recibe de forma esporádica “un poco de vísceras y huesos”, lo demás “son gestiones: pan, chícharo, sancocho”.

Por su parte, Noralys Valdés Macías, jefa del departamento de higiene y áreas verdes de la empresa municipal de Servicios Comunales, expresa que dicha entidad “contrajo deudas considerables, por lo cual se ve afectada la relación con los proveedores y no nos suministran lo que necesitamos”.

Hace poco recibieron un documento emitido por los órganos del Poder Popular y la Dirección Provincial de Servicios Comunales donde se define como asunto: “aseguramiento para garantizar el adecuado funcionamiento y manejo de los estándares y ejemplares del zoológico que pertenece al municipio”. El mismo orienta la contratación con diferentes empresas y desglosa detalladamente cuál debe ser la contribución de las mismas, según el requerimiento nutricional de cada ejemplar.

Sin embargo, Valdés Macías confiesa que estas indicaciones “aún no se ponen en práctica”.

Como expresara cierta fuente que no deseó que fuese revelada su identidad: “Este podía ser el centro ideal para la recreación de los más pequeños. Antes, al menos los domingos habían ofertas gastronómicas, culturales, en estos momentos hasta eso hemos perdido.

“¿Dónde está el sentido de pertenencia de quienes tienen bajo su encargo dicho espacio?, más allá de las carencias existentes se trata de un problema que requiere ocupación y preocupación. Dejarlo desaparecer no es la respuesta porque a pesar de su menoscabo la comunidad siente este sitio como suyo, lo que deseamos es verlo renacer”.

Sobre estos temas y los pronunciamientos de especialistas de la empresa provincial de Servicios Comunales acerca de los mismos, abordaré en la próxima entrega.

El poeta que nunca se marcha




Me parece que fue ayer cuando conocí a Manolo Carreño Fernández aunque, a decir verdad, desde antes de ser novios, mi esposo me había hablado del tío abuelo que lo adentró en los caminos de la décima y que en las noches, acostado a su lado, le enseñó cómo rimar en octosílabo, cómo velar por los singulares y plurales y, principalmente, cómo sacarse del alma cada verso para que fuese auténtico.

Sin embargo, no fue hasta que llegué a su hogar en la Finca Dos Hermanos del municipio de Pedro Betancourt que comprendí que aquel guajiro grande, de un vozarrón potente y un “pecho” afinadísimo, era uno de esos seres escogidos por la poesía para quedarse para siempre.

La primera vez que Manolo me dio la bienvenida, ya sus pupilas no lograban divisar bien mi rostro, pero bastó que sostuviera mi mano fuerte para tener la certeza de que su visión interior tenía una claridad inmensa, esa que le hacía contemplar el pasado y vislumbrar el futuro para después contarlos en décimas, con un encanto solo igualable con el de los juglares que recorrían los pueblos en la antigüedad inmortalizando historias desde sus versos.

Así tuve el privilegio de disfrutar muchas tardes, todos sentados alrededor de él, que mecía las espinelas en su sillón con la pierna levantada, a veces cantando, otras recitando, llevando a quienes lo escuchábamos de la tristeza a la risa.

-“Manolón tengo que ir a cocinar”
- “Quédate otro rato, no te he dicho la décima que le hice a Gerardo Inda Castillo”- afirmaba sin soltarme la mano y fue así como descubrí que nadie nunca logró contar los versos que guardaba aquella memoria prodigiosa que parecía ensancharse con el tiempo y cuya lucidez le permitía recitar desde la novela Camilo y Estrella de Chanito Isidrón, hasta obras que habían pasado de familia en familia e, incluso, retener varias décimas con solo oírlas una vez en medio de una controversia.

En todos los poblados y bateyes aledaños todos sabía quién era Manolo Carreño, uno de los 14 hijos de Pancho y Chacha, que conoció desde temprano el trabajo fuerte en la tierra, pero el cansancio nunca doblegó su espíritu alegre. Lo precedía siempre su fama de buen bailador; de improvisador y tonadista que dominaba también el tres. Tuvo la oportunidad de medir sus espinelas con las de muchos poetas de su época como Ismael Lantigua, Jesús Domínguez, Reynaldo Soca Morejón, José Manuel Lugo; además de cantar con Pablo León, uno de los más grandes poetas cubanos.

Por supuesto, con tantas virtudes también acumulaba una fama notable de conquistador de muchachas bonitas, pero para referirse a esa parte de su historia su voz potente parecía contraerse y, como un niño a punto de hacer una travesura, me hablaba bajo para que la “vieja” no lo escuchara.

Lo cierto es que a Manolo todos “lo querían bien”. Sabía ganarse un puesto privilegiado en los corazones porque había nacido para amar. Era la alegría de la familia, el padre que inculcó a su hijo la pasión por el arte de improvisar, y que buscaba siempre una oportunidad para pedirle a su hija que le dejase acariciarle los pies en un gesto sublime de ternura. Fue luz y confidente de  sus nietos, procurándoles el consejo oportuno; y la adoración del hermano que jamás se apartó de su lado.

Creo que jamás volveré a conocer a un hombre que se enfrentara con esa decisión a difíciles batallas contra la enfermedad, sin pronunciar una queja para no ver angustia en el rostro de su esposa, sus hijos y los sobrinos que eran capaces de dar su vida por verlo sano y fuerte.

Contrario a lo que ocurre en el seno de muchas familias, a Manolo siempre le sobraron manos dispuestas a velar por su salud. Y, para no desaprovechar ni un instante de mejoría, en los días de gravedad, sorprendió a todos improvisando casi media hora.

La noche de su despedida física, una estela de mosquitos cubrió las paredes de la casa como nunca, para anunciar que el batey jamás diría adiós al improvisador.

Han transcurrido alrededor de tres años y aunque muchos pensaron que se trataba de una despedida encuentro a Manolo vibrando tan alto como siempre en la voz de mi esposo, el sobrino que levanta su herencia en cada guateque, y  la transmite a sus alumnos del taller de repentismo infantil de Pedro Betancourt, que lleva el nombre del poeta que jamás se marcha, porque canta aun desde su sillón inmóvil, desde el tres que reposa sobre el escaparate, desde las risas que estallan cuando rememoramos sus ocurrencias y desde mi mano que puede escribir estas palabras porque tiene aun el calor de esa inspiración y  cariño que solo saben procurar los hombres eternos.


El problema nuestro





Apenas arribó el ómnibus comenzó la lucha por el ascenso. Minutos donde se impone claramente “la ley del más fuerte” y los cerebros parecen estar programados para alcanzar la puerta sin que medie la razón.

De repente, en medio de la histeria colectiva, alguien ruega al conductor que intervenga para que una embarazada pueda abordar el vehículo sin ser arrastrada por la muchedumbre: - “Si logra subir, tiene su asiento diferenciado, no puedo hacer más, yo no estoy aquí para buscarme líos”- vociferó el chofer y continuó cobrándoles a quienes colocaban al fin un pie en el primer escalón, tras una batalla campal.

Muchos comentaron su indignación en voz baja, para no ser escuchados por el chofer. Entre la multitud que se aglomeraba, alguien tal vez pensó en cederle su puesto o abrir un espacio para que la joven pasara adelante, pero a fin de cuentas, eso de seguro le traería “inconvenientes” y no estaba para complicaciones.

En efecto, el virus “ese no es mi problema” parece ser altamente infeccioso. La sintomatología se repite en numerosos espacios: la dependienta que despacha un producto, aun sabiendo que la calidad no es la ideal; la recepcionista que alarga la espera mientras le cuenta el último capítulo de la novela turca a su amiga por vía telefónica; el que llega a la cola y “marca” para 20 personas sin importar los que le siguen; o el hombre que vira el rostro hacia el otro lado y se finge dormido para no ver frente a su asiento la mirada de un niño de cinco años y su madre que viajan de pie.

Muchos dirán que las carencias son la causa de su expansión, que “la vida de hoy” es agitada, difícil y es preciso priorizar lo propio y no lo ajeno. Esos, los que no le confieren importancia o temen asumir la responsabilidad de defender lo justo, ya muestran indicios de contagio.

No obstante, aquellos que se encuentran en un estadio más avanzado de la enfermedad son los más preocupantes. De dichos seres se puede escuchar todo tipo de frases: “si está operado y quiere asiento que alquile un carro”; “si no le sirve el zapato que está en exhibición, que no lo compre, yo no voy a estar registrando todo el almacén”; “lo siento mi viejo, sé que lleva más de cuatro horas en la cola pero su tarjetón ya está vencido, venga la semana que viene”.

¡Cuán imprescindible resulta esparcir en estos grupos de individuos el antídoto que contrarreste la exacerbación del egoísmo, que los regrese a su condición de humanos y seres sociales; que su voces recobren la fuerza para no callar cuando se trate de defender la dignidad y el bien!

Para ellos, sería recomendable un tratamiento a largo plazo donde no falten jamás las palabras de Martí, que tienen esa capacidad de ser bálsamo para el alma y espada contra la iniquidad: “No debe empañarse la inteligencia con el olvido de la virtud”; “Es una manera de honrarse, y no la menos generosa, honrar a los demás”; “Ver con calma un crimen, es cometerlo”; “Ha de ser limpia la casa y la conducta”; “Si no tienes valor para sacrificarte, debes tener valor para callarte y no criticar a los que se sacrifican”.

En esta vida, y esta Isla donde caminamos codo a codo y aprendimos de nuestros abuelos que el prójimo es también hermano, no pueden olvidarse la sensibilidad, el amor implícito en un gesto sincero. Sobre los cimientos que fundemos, depende el sostén de un futuro esperanzador. No eludamos ese compromiso que más allá de ser suyo o mío, es nuestro.

Amor multiplicado en la distancia

Cuando le preguntan por mamá y papá, el pequeño Hamlet contesta que “están trabajando lejos”, que montaron un avión e “hicieron ñiiiii...” ...