jueves, 6 de octubre de 2016

Yo me llamo

nombres propios

-¡Está embarazada!

La noticia resuena en toda la familia y se esparce como pólvora de alegría, pues la llegada de un nuevo miembro es sinónimo de júbilo. Entonces, las abuelas emprenden la misión de predecir si será hembra o varón antes de que el ultrasonido diga la última palabra.

Es ahí cuando surge la pregunta más difícil para los padres: ¿qué nombre le pondremos? La respuesta se torna compleja pues ese será el calificativo que acompañará al primogénito todos los días de su existencia, el que mostrará su carnet de identidad y resonará en medio del aula apenas comience la escuela. Es por eso que el asunto no se toma a la ligera y hay hasta quienes prefieren confeccionar un listado para arribar a la decisión correcta.

Como en todo proceso de selección influye el gusto de los progenitores. Unos se inclinan por lo más clásico e intentan preservar la misma denominación durante generaciones como en el caso de mi abuelo, mi papá y mi tío mayor, pues los tres se llaman Alipio. Así sucede también con mi esposo, su tío y su primo: Héctor Luis, Héctor Jesús y Héctor Darién respectivamente.

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Eso sí, no puede obviarse que en el momento de nombrar a un bebé es preciso atender a los apellidos o se corre el riesgo de marcar al pequeño con combinaciones que, al leerse en voz alta,denotan cierto rasgo humorístico. No obstante, existen quienes consideran superfluo dicho detalle y no tienen complejos de llamarse: Alan Brito Prieto, Armando Bronca Segura, Leandro Gado, Francisco Lorín Colorado, Elba Lazo, Armando Paredes Del Castillo, Armando Casas Grande o Margarito Flores del Campo.

Por supuesto, algunos no pueden escapar de estas estructuras producto a que se apellidan: Pérez Sosa, Pérez Sió, Tomas Kao, Ho  Díaz.

Claro está que no se pueden pasar por alto los padres creativos que retan a la imaginación para buscar términos auténticos, nunca antes vistos. De esta forma pueden hallarse ejemplos como Lumamié Jumisaday, el cual combina los días de la semana; Disney Landia Rodríguez, entre otros que surgen a partir de vocablos foráneos como: Leydi por "lady", Maivi por "maybe", Olnavy por "Old Navy", Usnavi por "U.S. Navy" y Danyer por "danger".


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Siguiendo esta misma línea, diferentes sitios web reflejan la existencia de nombres fruto de la unión del término "sí" o de su pronunciación en varios idiomas: Dayesí, Yesdasi y Widayesí.

Conocidos son además las creaciones que marcaron a la denominada generación Y, y que todavía se escuchan entre las familias: Yanisey, Yumilsis, Yumara, Yolaide, Yamisel, Yuset, por solo mencionar algunos.

Eso sí, es preciso tener cuidado cuando se tienen dos nombres y queremos abreviar el segundo, pues puede que la firma cause una expresión no deseada y se escriba, por ejemplo: Pedro K. Galindo.

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Lo cierto es que si se trata de encontrar un nombre original cualquier fuente puede servir de inspiración, desde una telenovela, hasta sustantivos como: Amor, Azul, Lluvia, Cielo…

Por supuesto que la cuestión es tan antigua como el propio hombre, pues es imposible olvidar las épocas de los bisabuelos que se guiaban fielmente por el Santoral. De ahí que si nacías un ocho de noviembre serías Godofredo. A ello se suman las adaptaciones si el recién nacido era del género femenino, tal es el caso de mi tía Orquídea cuyo segundo nombre es Silvestra. Y como en toda costumbre, hubo sus gazapos y todavía se escuchan historias de algunos personajes llamados nada menos que Al Dorso.

Serios, complejos, admirables, chistosos… Los nombres tienen un significado relevante pues encierran una historia y designan a cada individuo. Lo esencial es llevarlos con orgullo por el camino del bien, para que sean recordados con ternura y honren ese gesto primero de nuestros padres, que nos acompaña desde el inicio hasta el final de la vida.

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