miércoles, 7 de diciembre de 2016

Las cuerdas que impulsan a Papillo

 
 
Las cuerdas que impulsan a Papillo  
 
La música es un mundo dentro de sí mismo, es un lenguaje que todos entendemos”

Stevie Wonder

La música nació conmigo. Fue ella la que me condujo por tantos caminos hasta llegar al tres, porque sabía que desde sus cuerdas podía ser yo mismo.

Tuve un tío que era tresero y poeta, tal vez de ahí surgió mi pasión por el instrumento. Yo nací en Cárdenas y cuando tenía 16 años decidí matricular en una academia de guitarra que abrieron en la ciudad. Allí empecé a recibir la teoría pero cuando llegó el momento de escribir y leer el pentagrama, comprendí que no iba a poder seguir ese camino.

Desde mi nacimiento me habían diagnosticado miopía y después determinaron que además sufría de retinosis pigmentaria. A pesar de que me sometí a una operación, en el 2001 ya había perdido completamente la visión.

En aquel momento aún veía con dificultad. El maestro me dijo que dibujaría para mí un pentagrama más grande, pero me negué, pues en la vida real tendría que enfrentarme a los modelos normales y no conseguiría leerlos.

Sin embargo, el tiempo de estudio me permitió adquirir las nociones elementales y cerca de mi casa vivía un anciano el cual enseguida me dijo que, si tenía interés en aprender a tocar el tres, podría enseñarme a interpretar sones, guarachas…

Con veinte y pico de años ya me desenvolvía bastante bien e incluso sabía tocar el güiro, las maracas. Tengo que confesar que al inicio mi familia estaba molesta, imagínese, me pasaba horas practicando y aquel -tin tun tin tun- los volvía locos.



 

Yo notaba que se quedaban asombrados de mi empeño. Cuando todavía conservaba la visión me pasaba horas frente al televisor observando los conciertos de Silvio. En esa época los transmitían con frecuencia y el camarógrafo enfocaba mucho el brazo de la guitarra. Entonces, yo atendía a cada posición de los dedos y trataba después de reproducirlas.

Eso sí, en el punto guajiro me adentré de forma autodidacta. Por aquella fecha abrieron una peña campesina denominada Alipio Hernández Morejón, en honor a un repentista cardenense. La misma se realizaba en el círculo de servicios comunales. Allí empecé a presentarme junto a otro compañero mayor que yo. Solo contaba con un ‘tresito’ viejo y por diez pesos tocábamos desde las tres de la tarde hasta las ocho de la noche. Ese espacio fue una escuela. Durante diez años acompañé a figuras representativas de la improvisación como los hermanos Jesús (Tuto) y Manolito García, Tomasita Quiala, entre otros.

Tuve también el privilegio de tocar para Jesús Orta Ruiz. Durante una actividad en el museo Casa Natal de José Antonio Echeverría, donde Naborí y Raúl Ferrer se encontraban, el público comenzó a aclamar al poeta que accedió a cantar una décima. Fue algo inolvidable, imagínese el nerviosismo. Por suerte todo salió bien. Al terminar se acercó a mí y me puso la mano sobre el hombro. Aquello fue una señal…

Comencé a perseguir las peñas campesinas. Mientras podía ver viajaba hacia Coliseo, Cantel…, y por supuesto acudía a la peña de Pedro Cruz en Santa Marta a la cual sigo asistiendo. Hace dos años se rescató también la Alipio Hernández, la cual se desarrolla ahora en la Casa de Cultura Municipal de Cárdenas y ha sido como volver en el tiempo para reencontrarme con mis inicios.

Allí todos saben quién es Papillo. Sí, porque nadie me conoce por mi verdadero nombre: Adolfo Valeriano Maqueira Miranda. El sobrenombre me lo puso un tío, que cada vez que nacía un nuevo miembro en la familia era el encargado de colocarle un apodo. Originalmente me decían Pipillo, pero en el mundo artístico todos comenzaron a llamarme Papillo y fue ese el que prevaleció.

Siempre me gustó aprender, le preguntaba a este, al otro. Incluso cambié la afinación del tres; antes dominaba la convencional, pero me parecía un poco grave para el punto guajiro. La que tengo ahora se le conoce popularmente como al aire y se asemeja a la del laúd.

Actualmente escucho un número en la radio y, si me gusta, con dos o tres vueltas que le dé… ¡se va!. Ah, y donde quiera que esté, aunque haya mil guitarras sonando, si una tiene la cuerda desafinada, no sé cómo, pero me doy cuenta de inmediato.

Hace un año que no vivo en tierra cardenense. El amor me atrajo hasta el municipio de Pedro Betancourt y aquí también sigue sonando mi tres. Junto al joven poeta Héctor Luis Alonso imparto clases en el taller de repentismo infantil del territorio.

El objetivo es que a la par de los futuros poetas surja también una nueva generación de músicos, tonadistas. Por eso los apoyo, los enseño a cantar y cuando asignen instrumentos, les mostraré cómo dominarlos. No obstante, he impartido elementos teóricos acerca del tres, su origen e importancia. Los muchachos demuestran entusiasmo y hasta montamos un número similar al de Guambín y Guambán que dos niños interpretan a la perfección.

Es importante seguir rescatando el papel de la música dentro de la tradición campesina. Cuando canta un repentista y el acompañamiento es pésimo, no tiene inspiración. Mientras improvisan, si alguno se traba, de inmediato acudo a las notas de registro que es como abrirles el pensamiento y decirles que piensen, que busquen el verso. Así las ideas salen con mayor facilidad y frescura. Por supuesto, es fundamental que el tres tenga una guitarra acompañante. Cuando esto sucede, existen más posibilidades de crear, de embellecer el punto y tiene que interpretarse alegre, vivaz, de modo que emocione al repentista y al público.

Después de que falleció mi mamá dije que no tocaba más. Sin embargo, al cumplirse un año de su muerte, tuve que volver a abrazar el tres. No me olvido de ese dolor, todavía lo llevo por dentro, pero es que la música me llamaba. Renunciar a ella era negar una parte de mí. Por eso, mientras pueda moverme, iré tras sus pasos.

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