miércoles, 21 de diciembre de 2016

Día del educador: Sueños sobre la mesa


Día del educador

La casa de Lina Jacinta Dueñas Vargas está llena de memorias. Sin embargo, más allá de las fotografías, de los libros que custodian la almohada cada noche, prefiere la mesa de la terraza.

Quien contemple el mueble a primera vista tal vez alegue que luce gastado por el roce del tiempo e, incluso, que no advierte nada extraordinario en su estructura sencilla. Sin embargo, Lina no olvida aquel día en que su padre se la trajo de regalo e invitó a varios de los hijos de sus compañeros de trabajo para que ella, apenas una niña de 12 años, los repasara.

En aquel momento no podía entender por qué consideraba que podía cumplir tal encargo, pero aquella confianza profunda la impulsó a descubrir dentro de sí misma que había nacido para el magisterio. Años después, tras graduarse entre los mejores de su curso, estaba segura de ese camino. No obstante, para que jamás se desvirtuaran sus pasos, lejos de escoger centros urbanos donde ejercer la pedagogía, su padre insistió en que trabajara en una escuelita rural de la finca Sacapiedras, próxima a Pedroso.

En esos predios abrazó la humildad conoció la gratitud de los alumnos, alfabetizó y llegó a sentirse parte de las familias que la acogieron como a una hija.
Cada vez que regresaba a casa, iba corriendo hacia la mesa y pasaba las horas leyendo, escribiendo poemas, intentando dominar aún más el Español… ¡Cuántas madrugadas la sorprendieron rendida entre libretas y plumas en el intento de no apartarse de la educación a pesar de que la enfermedad de su madre le entristeció el alma durante dos décadas!

Sin embargo, lejos de renunciar, decidió impartir clases en horario nocturno y, si por algún motivo no podía acercarse a la facultad, el grupo de estudiantes tenía las puertas de su hogar abiertas para continuar la lección.

De esa forma la estructura de madera fue envejeciendo junto a Lina al compás de las generaciones que llegaron ávidos de aprender y asistieron al milagro de ver cómo la profe multiplicaba el conocimiento hasta saciar sus ansias. Allí defendió la belleza del lenguaje, se ganó el respeto con su expresión pausada y tierna, motivó a su hijo Lázaro a convertirse en un profesional y desterró los nervios de cientos de estudiantes la noche anterior a la prueba.

Por eso a sus 76 años, cuando alguien se acerca y le pregunta por su recuerdo más preciado, de inmediato dirige una mirada hacia el mueble que permanece regio en la terraza. Después, con total seguridad responde “pueden llevárselo todo, solo déjenme esa mesa como testigo de que hice mío el anhelo de mi padre y ayudé a otros a encauzar sus sueños”.

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