martes, 1 de diciembre de 2015

El abrazo de la Patria agradecida





“Mamá querida, Papá; hermanos queridos: Muero en mi puesto, no quiero abandonar el cadáver del general Maceo y me quedaré con él. Me hirieron en dos partes. Y por no caer en manos del enemigo, me suicido. Lo hago con mucho gusto por la honra de Cuba…”

Apenas alcanza a terminar la nota, se desploma sin consumar el suicidio. Las tropas españolas encuentran después los cadáveres y ponen fin a la vida del joven de 21 años. 

 Aquel 7 de diciembre de 1896, a las tres de la tarde, una lluvia de proyectiles en San Pedro había sorprendido a las fuerzas cubanas. Maceo no pierde ni un segundo; da órdenes inmediatas y ensilla él mismo su cabalgadura.

Marcha al combate, junto al patriota Miró Argenter y un grupo de hombres que lo secundaban. De repente, una bala traza el designio fatídico de la muerte. -“¡Corran que el General se cae!”... apenas podían creer el presagio de los gritos.

La piel mulata palidecía, la mano fuerte que empuñaba el machete distendía ahora sus fuerzas. “¡No es nada general!, ¡No es nada!”, decían los hombres como intentando consolarse a sí mismos. Lo habían visto recuperarse tantas veces de heridas graves, que no podían resignarse a vivir aquel instante definitivo…

No hubo entonces quien retuviera a “Panchito”, tal vez muchos le explicaron que intentar rescatar el cuerpo en ese momento era simplemente una locura, un acto imprudente. Pero la decisión encerraba no solo fidelidad a su líder. Más allá de esa expresión mitificada de Titán de Bronce, había encontrado en Maceo un amigo verdadero.

Así, los encontrarían después, de cara al cielo, juntos, como un hijo que custodia el descanso eterno de su padre.

Noventa y tres años después, Cuba, inspirada en el ejemplo de Francisco Gómez Toro, hacía realidad la promesa de no abandonar los cuerpos gloriosos de sus mártires que cayeron defendiendo como suya la causa de otros pueblos en Angola, Etiopía, Nicaragua...

“El 7 de diciembre se convertirá en día de recordación para todos los cubanos que dieron su vida no solo en defensa de su patria, sino también de la humanidad. De este modo, el patriotismo y el internacionalismo, se unirán para siempre en la historia”, declaraba Fidel en 1989, mientras en cada rincón del país, el pueblo acompañaba hasta el panteón de la gloria a sus héroes.

Tras más de una década, el hilo de la espera se rompía para muchas familias cubanas que lloraron en paz y colocaron por primera vez flores junto al osario de sus seres queridos y no junto a imágenes de cartulina.
Ardua fue la labor de los especialistas del Instituto de Medicina Legal para la identificación y preparación de los cadáveres correspondientes a 2 mil 85 mártires que cumplían misiones militares y 204 en tareas civiles.
 
Se cumplían así las palabras del General de Ejército Raúl Castro Ruz, “De Angola nos llevaremos la entrañable amistad que nos une a esa hermana nación y el agradecimiento de su pueblo, y los restos mortales de nuestros hermanos caídos en cumplimiento del deber”.

Cada vez que el calendario dibuja el séptimo día del último mes del año, Cuba despierta con un sonido diferente. Sobre los senderos de la memoria, el general Antonio vuelve a cabalgar, con la vista hacia el frente, y el brazo en alto, mientras, los sepulcros de los héroes internacionalistas, se estremecen ante el roce de jóvenes manos que hacen suya una verdad: morir en brazos de la Patria agradecida, es vivir.

 





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