jueves, 17 de noviembre de 2016

Universidad, soñar con tocar el cielo

Día del Estudiante: soñar con tocar el cielo

¡Aprobaste las pruebas de aptitud de Periodismo!La noticia me llegó en medio de la plaza de la vocacional Carlos Marx y apenas podía creerlo. En aquellos días soñar con el futuro era el tema de conversación principal y por supuesto que no faltaban las suposiciones en torno a la vida universitaria que como todo paso implicaba cambios: ser más independiente, dejar atrás el uniforme, olvidar la costumbre semanal de los matutinos y esforzarse en el estudio para no conocer de cerca los temidos mundiales.

Lo cierto es que el primer día en la Universidad de Matanzas fue una experiencia diferente a todos los pronósticos. Al principio todo me parecía enorme (tanto que varias veces anduve perdida tratando de encontrar la biblioteca o el aula cuando nos cambiaban de edificio por alguna eventualidad). No fue fácil ceder espacio a lo nuevo con el alma llena de tantos buenos recuerdos y la nostalgia por los amigos del preuniversitario…

Así, llegaron los primeros turnos, las presentaciones habituales de los compañeros de aula donde estábamos “las cinco mosqueteras” que compartiríamos desde aquel instante cinco años en la misma beca.

Después, amar la vida universitaria fue solo cuestión de tiempo. Cuando recuerdo mi paso por ella pienso cuánto hubiese perdido si no hubiese conocido a Marle, mejor dicho, la gorda, y sus ocurrencias, su voluntad a prueba de tristezas y dificultades; o a Wendy, el terror de Cuco Juanchito (la lagartija más asidua del cuarto), que me enseñó a colocar en una balanza mis problemas antes de tomar una decisión y más de una vez supo escucharme con paciencia.  Y cómo olvidar a Yadira, con sus dotes para recitar las canciones de reguetón cual si fuesen poemas de Nicolás Guillén y aquella panetela que tuvo que preparar de nuevo porque la primera se carbonizó y faltaban solo unas horas para mi cumpleaños, a ella le debo más de una sonrisa y la gratitud por estar a mi lado siempre.

Y por supuesto no podía faltar Duny, la flaca, con su imaginación capaz de transportarnos a todos en un dirigible hacia el cielo o de hacernos llorar con una de sus crónicas. De ella recibí la bondad y la sinceridad, y esa capacidad de ser cada vez más fuerte aunque los vientos de la vida arreciaran.

Ese era mi grupo, el de las locuras de Yadiel el flaco (que nos puso el apodo de pelus (o sea ¡pelúasss!), el de Isita y Yanet, toda ternura; el de Genma, Katy, Yunielis y Nailys que amó desde el vientre a su pequeña Camila; y el de Dariel con sus intervenciones y curiosidades en cada seminario.

Cómo olvidar a los que comenzaron junto a nosotros el sueño universitario en Matanzas, pero eligieron después senderos diferentes: María Isabel, Mariana, Carmen Iris, Yaismel, Alberto.

Y por supuesto he dejado para último a Jeidita, esa muchachita que se quitaba rápidamente los lentes cuando en broma queríamos culparla de algo y decíamos: “fue la de los espejuelitos”. Juntas compartimos desvelos y preocupaciones, horas de estudio donde a veces terminábamos peleando por el estrés y después nos disputábamos ser la primera en dejar un papelito de disculpas en algún sitio del closet de la otra. Así fue como encontré una hermana en la universidad y, cuando la observo sentada a mi lado en la redacción de la Editora Girón, muchas veces sonrío en silencio porque tal vez nadie imagine cuán dichosas somos de compartir una amistad que se renueva cada mañana.

Esos son mis mejores recuerdos de la Universidad, el entusiasmo del grupo, el viaje al Pico Turquino (donde por supuesto me quedé en el kilómetro tres del camino hacia la cima), el estudio constante y esa rara costumbre de hacer todas las tareas e incluso recordarle a los profesores que las revisaran; las jornadas científicas, la participación en los festivales de artistas aficionados de la Feu o en cualquier actividad donde, al estar en el escenario, podía escuchar el coro de: ¡Te queremos Lianette!.

Los días junto al profe Marcelino que nos enseñó deporte y cómo se combina la ética profesional con la dulzura y el carisma; las clases de locución junto a Esquivel; los turnos de Filosofía junto a Fela donde lo principal era la “Concatenación”; los profes Juan Carlos, Omaida  que nos enseñaron a amar de verdad la historia, además de Yirmara, Daymette, Barbarita, Odalys  y tantos otros que siempre creyeron en nosotros.

El tiempo ha transcurrido y aún me estremezco cuando llega septiembre y constato que ya no debo volver al aula. Los amigos de la Universidad han tomado su rumbo, algunos más cerca, otros distantes, pero a todos nos siguen uniendo los recuerdos, el privilegio de habernos graduado en el mismo centro, la gratitud por haber sido formados como profesionales, y la satisfacción de que cuando nos encontramos parece que el tiempo no ha transcurrido y somos los mismos jóvenes que ascienden de nuevo al dirigible de Duny para, más allá de las preocupaciones y la distancia, soñar con tocar el cielo.

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