miércoles, 18 de febrero de 2015

Amor sobre ruedas



Todo comenzó esa tarde de febrero cuando subió al ómnibus después de que una “ancianita” le aplicara una técnica de Kung-fu para montar primero y el gallo del compañero que estaba al lado lo mirara con cara de pocos amigos. Pero bueno, todo eso se borró de su mente al verla. Allí estaba, con el cabello suelto y ese rostro angelical que le iluminó el día.
 
De nada sirvió que realizara una serie de movimientos exagerados y se cambiara de lugar a cada minuto, no consiguió que dejara de leer aquel libro. Llegó el final del viaje, aprovechó para ayudarla a bajar del ómnibus y se quedó embelesado cuando después de sostener su mano, la joven le dirigió una palabra: Gracias.
Desde ese momento comprendió que era la mujer de sus sueños y pasó toda la noche en vela elaborando un plan estratégico para conquistar su corazón. No le resultó difícil averiguar su nombre, dirección, la carrera que estudiaba, color preferido, raza de su perro y más detalles importantes, pues en un pueblo pequeño, cualquier vecino facilita información gratis.
Y así “casualmente” comenzaron a encontrarse con frecuencia, como esa mañana que estuvo tres horas parado en la esquina, esperando que ella terminara de arreglarse las uñas en la casa de Yurisnaisy, para verla y decirle: ¡Ehhh!, ¡qué coincidencia, nos volvemos a ver!.
En poco tiempo su ternura y los continuos detalles hicieron que la joven correspondiera sus sentimientos y todos afirmaban que estaban hechos el uno para el otro. Solo en esos instantes la mata de rosas de la abuela Cuca pudo tomarse unas vacaciones porque durante la etapa de conquista casi se queda sin hojas.
 ¡Cómo olvidar el día en que fue por primera vez a la casa de su adorado tormento y obtuvo notas sobresalientes en el interrogatorio!. ¿En qué trabajas?, ¿Eres celoso?, ¿Cuántos hijos piensas tener?, ¿Sabes cocinar?, y otra serie de preguntas que lanzaron los parientes de la dama.
Luego inició el proceso de demostrarle al suegro que era un yerno digno de unirse a su hija, sobre todo por la advertencia inicial que le hiciera el buen hombre: “te voy a estar vigilando y si la haces sufrir… tú sabes.”
Por eso, con ánimo emprendedor apoyó a la que sería su segunda familia: arregló los ventiladores, compró una bicicleta, reparó el sillón del abuelo, ayudó a los tíos a terminar la placa del portal…
Su felicidad era tanta, que hasta decidió vender la yegüita para comprar los anillos de compromiso y durante una cena deslumbrante, en la cual sus amigos del trío “Los matadores del ritmo” tocaron mejor que nunca, le declaró que quería pasar el resto de su existencia junto a ella.
-¡Querido, se nos hace tarde para ir al restaurante!. La voz interrumpe sus recuerdos, y se llena de emoción porque sabe que esta Luna de Miel será inolvidable. Sonríe al pensar en esa tarde de febrero y se siente dichoso de haber soportado las técnicas de la ancianita, la mirada amenazadora del gallo, pues sobre aquella guagua (que no era precisamente una Yutong, sino una “aspirina”), encontró inesperadamente el amor de su vida.




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