jueves, 19 de febrero de 2015

Los amigos, fuentes de luz



Hoy me decidí a desempolvar el libro de mi vida y sentada sobre el suelo comienzo a desandar las páginas una a una…
 Y allí, entre alegrías y desaciertos reconozco rostros, manos que se extienden en medio de la oscuridad para salvarme del hastío, de la incertidumbre ante el fracaso. Pupilas que alzan su voz para recordarme el color de la esperanza y la certeza de que tras la lluvia, el sol se levanta y destruye las nubes grises.

  Contemplo ahora sus pasos anónimos, esos que nunca descubrí y apostaban por hacerme feliz; la presencia constante en el salón de un hospital y aquellas lágrimas que corrieron junto a las mías tras el silencio de un sepulcro.
  En el borde del libro están grabados con sello de oro los buenos consejos, que salvaron mi espíritu de correr tras senderos equivocados. Dentro de la página principal, encuentro ahora la entrada hacia los secretos y dos cerraduras que revelan el sello de la fidelidad.
Sé que no me equivoqué al entregar mi confianza a esas almas.
Casi al final, descubro la lista donde están sus nombres; algunos se han fugado al cielo y solo queda una flor en su lugar. Mientras que otros brillan con la misma intensidad para decirme que nunca estaré sola.
El reloj marca la hora de ir a almorzar, llamo a mi colega Jeidi y juntas vamos hacia el comedor para conversar sobre la jornada diaria, entonces sonrío pícaramente, orgullosa de contar con su presencia, sí, porque aunque tal vez nunca lea el libro de mi vida, es la primera en la lista de esos seres maravillosos que me han acompañado siempre: mis amigos.

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