miércoles, 22 de junio de 2016

La verdad y nada más


 
La verdad y nada más

“Los niños siempre dicen la verdad”, refiere un adagio popular, que exalta la pureza y la inocencia propias de los primeros años de vida. Es en esa etapa donde los sentimientos se expresan con transparencia, sin doble intención o con el propósito de ocultar emociones bajo el tapete.

No obstante, la sinceridad es como una semilla que se siembra en el alma desde la infancia y debe ser cultivada paso a paso hasta convertirse en un árbol de ramas firmes, si no corremos el riesgo de que se torne frágil y en su lugar comience a brotar la cizaña de la falsedad.

decir solo la verdadY es que la mentira puede convertirse en una adicción peligrosa para quienes la dejan entrar en sus vidas. Los que se aferran a ella, no escuchan la voz de la conciencia y encuentran placer en fingir y engañar a otros.

Con el tiempo, el mentiroso llega al punto de creer sus argumentos de tal manera que, con la mayor naturalidad, miente sin pensar en las consecuencias ni en que tarde o temprano todo se descubre.

Por suerte, “la mentira tiene patas cortas” y al final quien se vuelve su seguidor, termina desacreditado frente a todos. Entonces, solo queda el vacío de la desconfianza y la pérdida del respeto.

En medio de la sociedad, la falsedad abunda desde el joven que dice vivir en una casa lujosa para obtener cierto estatus dentro de su grupo de amistades; la vecina que presume de la inteligencia de su hijo para ocultar lo errores del mismo; el que altera cifras para lucrarse; el adolescente que roba en secreto a su familia y dice estar exento de culpa, o simplemente el dependiente que por evitarse la molestia de buscar en el almacén, niega al cliente la existencia de un producto.

Desde que asumimos la profesión periodística, la constante disquisición entre la autenticidad y la mentira se torna un desafío. Para asumirlo, es preciso contrastar las fuentes de información, tarea que se vuelve compleja cuando el discurso de los subordinados no se corresponde con las explicaciones de los superiores.

El periodista debe escuchar la voz popular, que sin dudas se transforma en un medidor de las problemáticas fundamentales y, a partir de la misma, emprender el camino de la investigación, siempre en busca de la verosimilitud. Sin embargo, en el mundo sobran ejemplos de profesionales adeptos a la banalidad, cuyo oficio consiste en tergiversar la realidad, o esbozar juicios basados en meras suposiciones a fin de captar la atención mediante la teoría del rumor.

Por otra parte, en el contexto de las relaciones humanas, el matrimonio, la amistad… se derrumban en un instante a causa de posturas deshonestas que destruyen los lazos de amor.

verdadEl dramaturgo español Jacinto Benavente expresó en una ocasión que “la peor verdad sólo cuesta un gran disgusto. La mejor mentira cuesta muchos disgustos pequeños y al final, un disgusto grande”. Como mi madre, soy amante de lo fidedigno. Agradezco la frase sincera, aunque a veces duela escucharla, y si viene de los labios de un amigo, puede ser un antídoto contra el egoísmo, o un bálsamo ante las situaciones más difíciles.

Aferrarse a lo verdadero como bandera, supone desterrar incluso las mentiras más insignificantes que lejos de ser “piadosas”, terminan por volverse un hábito. Apuesto porque los medios de comunicación masiva en Cuba ganen cada vez más la primicia de la veracidad; y no cedan espacios a especulaciones que prometen a los receptores absoluta franqueza.

Por eso, cuando las falacias intenten seducirnos en el andar cotidiano y proclame ser una tabla de salvación, detengámonos un instante, coloquemos la mano en el corazón, y creámonos niños para decir la verdad y nada más.

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