martes, 7 de julio de 2015

La Patria en un rostro de mujer






¿Su marido, cuando caía por el honor de Cuba no la tuvo al lado? ¿No estuvo ella de pie, en la guerra entera, rodeada de sus hijos? ¿No animaba a sus compatriotas a pelear? (…) ¿No fue, sangrándole los pies, por aquellas veredas, detrás de la camilla de su hijo moribundo, hecha de ramas de árbol?
                                                    José Martí   
                                                                     La expresión de su rostro denota severidad, firmeza. Bajo sus párpados cansados por el estigma de los años y la guerra se dibuja una expresión que no perdió el ímpetu de la juventud y la esperanza de ver a Cuba libre.
La frente amplia y el ceño fruncido evocan los instantes en que la muerte le extendió un halo nefasto en el cuerpo de los hijos amados y apretando los labios para contener el llanto, dejaba a un lado el duelo externo para que nadie de su estirpe sucumbiera al temor o fuese infiel a la causa independentista.
“Con su pañuelo de anciana a la cabeza, con fuego inextinguible, en la mirada y en el rostro todo…”, se le vio en medio de la manigua como un reto a las almas de poca virtud, ensalzando el valor; velando noche tras noche junto a la cabecera de los heridos, queriendo cicatrizar con su sola presencia los estigmas del combate.
No vaciló en seguir las ideas latinoamericanistas de su esposo o en lanzarse a rescatar a uno de sus primogénitos ante el asedio fatal de las balas: Fáciles son los héroes con tales mujeres”.
Hasta las puntadas de sus vestiduras traslucen sencillez. La raíz mestiza que llevaba impresa en la sangre se mezcló en una epopeya donde se desmitificó la discriminación racial y el coraje, la entereza… comenzaron a ser las medidas para la piel de los hombres.
Cuántas emociones renacen al contemplar otra vez la imagen de Mariana, canto repetido en las mujeres de la Cuba de hoy que crean, luchan y sueñan orgullosas de su femineidad, sin temor a ser discriminadas.
En el bicentenario de su natalicio como hiciera el apóstol, en silencio, “sujetamos el elogio de la admirable mujer en la patria que ella no vio libre”; para encontrar en el relato de su vida la esencia de nuestra identidad y “colocar junto a su memoria la corona más digna”, esa que lleva impresa una sola palabra: Madre.

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